En una misma jornada, asisto a dos ponencias en dos ámbitos aparentemente inconexos. Por la mañana, era yo la que me dirigía a un claustro de profesores; por la tarde, escuchaba la exposición de Fernando Martínez, un reconocido neurocientífico.
El tema que nos ocupaba por la mañana versaba sobre la "animación a la lectura" desde la escuela; y argumentaba yo a los maestros que, la palabra "animación", procede de "ánima" (alma, aliento) y que, por consiguiente, por "animación a la lectura"debemos entender la acción de dar aliento (de vida) a un texto, de modo que conduzca al receptor a gozar del alma de la lectura. Porque si con el mencionado término lo que se está designando es una instrucción a costa de la lectura, más que animación, lo que se está provocando es una animadversión a la lectura; es decir, a hacer sentir ojeriza hacia ella a fuerza de borrarle el alma.
Y, en esta línea, insistía con referencias como la de Alberto Manguel cuando un periodista le preguntaba:
- ¿Cómo puede un padre inculcar el gusto por la lectura a su hijo?
A lo que él respondió:
- ¿Cómo se puede hacer que uno se enamore?
Fueron curiosas e interesantes las respuestas y emociones de este grupo de maestros a través del ejercicio de rememorar sus propias vivencias de infancia (desde su memoria emocional) en torno a las narraciones y las lecturas. Salía el ánima por todas partes.
Y, en mi opinión, esto del ánima, es extensible a la inmensa mayoría de los procesos de aprendizaje saludables.
Y llegué a la ponencia de Fernando Martínez en el seno de ASMI. Desde la neurociencia, nos hablaba de la amígdala (del latín: almendra). Por más evoluciones que hayan sufrido las especies, la amígdala cerebral siempre está ahí en el cerebro de todo animal vertebrado. Y en ella está la clave implícita de todo aprendizaje emocional; "el corazón cerebral del aprendizaje emocional" la denominaba él.
Al contrario de lo que se suele creer, el niño no aprende por imitación, aprende por contagio (término constantemente repetido por mí a lo largo de la mañana); un contagio que, a su vez, hace que el contagiado transmita, exprese su emoción (que parece imitación).
De modo que, por ejemplo, del premio y el castigo, lo que verdaderamente tiene valor es la expresión emocional del que premia y castiga, no el premio o castigo en sí mismo. Y aquí no sirve ningún tipo de simulacro de enfado o alegría, porque uno emite las emociones que emite, por más que pretenda disfrazarlas.
Así pues, tampoco vale aquello de andar con un libro en la mano diciendo "Niños, hay que leer, hay que leer, que leer es muy importante". No vale para nada mientras quien pretende animar a la lectura, no lleve sus propias lecturas en la mano y en la amígdala. No cabe la posibilidad de contagiar enamoramiento cuando uno nunca estuvo enamorado.
3 comentarios:
Me siento muy afortunada por haber aprendido a enamorarme. ¡Qué estupendos profesores he tenido y qué bien alimentaron mi amígdala!
¡maravilloso sincronismo el tuyo en esa mañana que mencionas! Y que estupendo que nos lo transmitas. ¡ahora mismo "animo" a la gente que transmite este ánima a la lectura para que entren en el hilo rojo y se enreden un rato! ¡Salud y
R-Evolución!
Amal
En jueves pasado, asisti a la reunion del ampa de "la escoleta" de mi grumete ...solo eramos 9 padres, pero eso es un detalle en estos tiempos(...), hablamos de las distinstas fiestas que se podian organizar, la loteria, la castana ...y la de regalar juguetes a ninos desfavorecidos, metidos todos en una caja gigante (los juguetes claro). Propuse ofrecer libros tambien y la presidenta del ampa me contesto que no era una buena idea porque debian ser analfabetos...y la directora del centro de seguir.. pero ahi, no oi su discurso, consciente de la paradoja de un mundo educativo sin libros, un pescador sin "cania "....
A ver si te pasas por aqui...una anima-cion a la lectura urge !!!!
Por supuesto pienso entregar un libro en esa caja ...uno que mi grumete quiera compartir con esos ninos....
(no tengo el teclado espaniol...supongo que lo has adivinado...)
Publicar un comentario