27/2/23

CACA-PEDO-CULO-PIS

 

Ilustración de Quentin Blake

Como todo el mundo sabe, a cualquier criatura en su infancia le encantan las irreverencias, las transgresiones y el humor escatológico. Las más diversas gamberradas imaginadas o por imaginar les bastan para partirse de risa. La retahíla “caca-pedo-culo-pis” es un clásico en la primera infancia como provocación ante lo que no se debe decir.

La literatura denominada “infantil”- está plena de transgresiones, es más, sin ellas, no hay historia. ¿Qué ñoñería de cuentos vacuos se podrían contar si Caperucita o los siete cabritillos obedecieran sumisamente a sus respectivas mamás?  ¿O si la esposa de Barba Azul no abriera la puertecita prohibida?

Ya lo dejó muy claro Vladimir Propp, en los cuentos no hay prohibición sin transgresión. Pero parece que siempre persiste el empeño de ciertos adultos en pulir la literatura destinada a la infancia, en suprimir sutilmente crueldades, atrocidades, irreverencias y, en definitiva, cualquiera de esos ingredientes que a niñas y niños les encantan precisamente porque, desde la ficción, les resultan
catárticos, liberadores.

 

Roald Dahl por Quentin Blake

Si hay un autor de libros infantiles consciente de lo antedicho e irreverente por excelencia, ese es Roald Dahl. Un gamberro que, aliado con Quentin Blake, ilustrador no menos gamberro, deleita desde hace décadas -tanto en vida como tras su fallecimiento en 1990-, a grandes y pequeños con su obra. A saber:

El Gran Gigante Bonachón (alter ego del autor) se tira pedos delante de la mismísima Reina de Inglaterra. Willy Wonka hace que a los niños más impertinentes que visitan su fábrica les ocurran auténticas barbaridades. La alada vaca Paca de ¡Qué asco de bichos!, le estampa una monumental boñiga en la cabeza a un observador “algo patán”. Jorge le hace tragar a su horrorosa y desagradable abuela medicinas a modo de potingues experimentales de fabricación propia, por lo que esta sufre sorprendentes transformaciones. En sus Cuentos en verso para niños perversos, Caperucita se hace abrigos de piel de lobo tras cargárselos sacándose un revolver del corsé…

La enumeración podría continuar rememorando cada uno de sus libros.

 

Ilustración de Quentin Blake

En la obra de Roald Dahl, como suele ocurrir casi inevitablemente, se trasluce la propia biografía de un autor que se vio en su infancia bastante maltratado por el mundo adulto. En sus historias se repite una constante: los niños y niñas protagonistas están rodeados de adultos (a veces también niños) deleznables, a excepción de uno o dos que los amparan convirtiéndose en sus cómplices. El resto son malos, guarros, cretinos, corruptos, crueles, estúpidos… Y de ahí surgen todo tipo de irreverencias.

 

Bien, pues emulando los versos perversos de Dahl diré que recientemente:

 

Alguien con la mollera un poco rancia

considera mejor para la infancia

pulir de Roald Dahl incorrecciones

capaces de dañar las emociones

de pobres criaturas indefensas

expuestas a leer ciertas ofensas.

Como a Juan, el de la mágica habichuela,

¡¡merecen que se les atice candela

con la mangueta de la aspiradora

zurra que te zurra media hora!!

 

 

Los de la “rancia mollera” son los editores de Dahl en Reino Unido (Puffin Books) que, con el fin de suavizar lo políticamente incorrecto en la obra del autor, se disponen a hacer ciertas modificaciones y añadidos para adaptarlas a un lenguaje “inclusivo y no ofensivo”. Vergonzosa traición a un autor fallecido, a su obra, a sus lectores y a la propia Literatura.

Por fortuna, las correspondientes editoriales responsables en España y en Francia se han manifestado negándose a seguir los mismos pasos.

En referencia a este asunto han ido saliendo diversas noticias en medios de comunicación, pero no es en ello en lo que quisiera detenerme más, sino en lo que esta vergonzosa novedad invita a reflexionar.

 

Ilustración de Quentin Blake

Ni que decir tiene que desde que los cuentos de tradición oral se empezaron a recoger por escrito, han sido retocados, castrados, transformados y versionados al gusto de la moral de cada época, sufriendo no pocas pérdidas cada vez más difíciles de restaurar. Ya es lamentable, porque esta corriente no tiene fin, continúa en la actualidad también en aras de “la inclusión y lo políticamente correcto”.

Pero lo que ya es imperdonable es que se pretenda lo mismo también con la literatura escrita, con obras que tienen una autoría, de las que existen unos originales que deberían ser intocables. Estamos hartos de ver publicaciones de obras clásicas desvirtuadas y despreciadas convertidas en “cuatro páginas con dibujitos para los críos”. El remate ya ha sido la censura de un autor consagrado como Roald Dahl con la venia de sus editores y herederos de los derechos.

 

No quiero dar ideas, pero ¿cómo reaccionaría el mundo literario y editorial si se le empezara también a dar unos retoques a obras consideradas “para adultos”? ¿Qué tal las Gracias y desgracias del ojo del culo de Don Francisco de Quevedo?

 

En toda literatura, lo escrito, escrito está en su momento y en su contexto; respetarlo es tan sencillo como: si a usted le interesa, léalo y disfrútelo y si no, no lo haga, hay mucho más donde elegir.

Como esta moda de las modificaciones se extienda, cualquier día vemos a la magnífica e irreverente Pippi Calzaslargas reeducada y con zapatitos de charol.

 

 

Ilustración de Quentin Blake

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si señora. Es intolerable que "suavicen" lo que Roald Dahl dejó escrito. Nos gustan sus historias y
nadie debería tener derecho a cambiarlas. A quien no le gusten que no las lea.

Anónimo dijo...

A mi me encantan así como están. (Doro)