De 1934 a 1936, en
Bañuelos de Bureba, población situada a cinco kilómetros de Briviesca (Burgos),
ejerció en la escuela un maestro que prometió a sus alumnos llevarlos a ver el
mar.
Con el paso del tiempo, una serie de
acontecimientos han ido haciendo aflorar la historia olvidada de aquel alumnado
y su maestro. Las investigaciones al respecto y la documentación obtenida han
desembocado en la publicación de varios libros, una película a punto de
estrenarse, diversas conferencias y exposiciones y también una obra de teatro cuyas múltiples representaciones han tenido buena acogida en localidades españolas gobernadas por partidos de todo signo
político.
El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca llegaba
ahora a escena en la propia Briviesca y su recaudación era benéfica. Pero el nuevo
gobierno PP-Vox, la ha cancelado alegando “razones económicas y gastos de
infraestructura”. Esto a pesar de que, por tratarse de ese emblemático enclave,
la compañía teatrral había rebajado los costes a menos de la mitad.
Y es que, como demuestra fehacientemente la
propia historia del maestro, silenciar, amordazar, fomenta el olvido.
Pero antes de ocuparnos de la historia en sí,
apelemos frente al olvido a la memoria y recordemos el contexto.
Actualmente, cuando
pensamos en escuelas y maestros, lo solemos hacer con una perspectiva muy
sesgada desde el punto de vista histórico, cuando en realidad, la
escolarización generalizada como hoy la entendemos, tiene cuatro días.
Resulta curioso que, en la antigua Roma, la
educación primaria (hasta los 11 años) se impartía en las escuelas públicas
denominadas scholae ludus litterarius, donde niños y niñas recibían la
educación básica a cargo de los llamados ludi magister. (Ludus:
juego, diversión, entrenamiento. / Magister y minister son dos
términos latinos emparentados y contrapuestos, el primero deriva de magis=más
y el segundo de minus=menos, es decir, el más sabio y el menos sabio.
Los romanos lo tenían claro, el ministro debía estar al servicio del maestro).
El asunto empezaba bien, pero con la
decadencia de Roma, terminan las escuelas públicas y nacen las eclesiásticas
principalmente dedicadas a la formación de clérigos, con lo que desaparece la
educación mixta.
A partir de aquí y a lo largo de los siglos
(no entraremos en detalles), la educación se va restringiendo y quedando
limitada, fundamentalmente, a los hijos varones de las clases adineradas.
En España es solo a partir del siglo XIX
cuando comienzan a emerger inquietudes para la extensión y mejora de la primera
enseñanza y de la formación de maestros. No obstante, estos intentos sufren
constantes vaivenes, “zancadillas” y naufragios motivados por intereses de
poder político, eclesiástico... Y la Primera Guerra Mundial provoca un deplorable
retroceso.
El extraordinario proyecto pedagógico que
finalmente logra impulsarse con fuerza entre finales del siglo XIX y principios
del XX (hasta la Guerra Civil), es la ILE, Institución Libre de Enseñanza, con
la encomiable implicación de grandes “Magister” e intelectuales de la talla,
entre muchos otros, de Fernando Giner de los Ríos, fundador de la ILE, o su
continuador y ahijado Manuel Bartolomé Cossío.
Del primero, viene a colación destacar estas
palabras:
“Clamamos a los cuatro vientos sin enemistad
hacia nadie, ni contra los jesuitas ni contra los masones, católicos,
protestantes, ateos… sino contra los haraganes -sean republicanos, liberales,
conservadores o carlistas-, que por igual se encogen de hombros ante la
educación del pueblo y los intereses culturales.”
Francisco Giner de los Ríos
¿Y cuáles eran esos intereses? En palabras de
Cossío, lo esencial para todo procedimiento educativo es:
“Desarrollar
la actividad, la espontaneidad y el razonamiento en el niño; estimular su
iniciativa; favorecer la expansión de sus fuerzas interiores; hacer que sea, no
solo partícipe, sino el principal actor de su propia educación en vez de
degenerar en una rueda inerte del mecanismo escolar; que bulla en él la vida;
que todo le hable; que sienta el deseo de verlo todo, de cogerlo todo; he aquí
el sentido en que cualquier procedimiento y medio educativo debe inspirarse.
Alguien ha dicho que la más sabia lección nace muerta cuando no va solicitada
por la curiosidad del niño; y yo añadiré aún que no hay resultado positivo si
el niño no crea e investiga por sí. Colocadlo realmente ante el espectáculo que
queréis que le impresione; que siga de cerca (…) y no anticipéis jamás la conclusión; esperad
siempre a que él la descubra, dejándole la iniciativa y el placer de su obra. Y
este procedimiento individual e indagador se aplica igualmente al niño de
cuatro años, al joven de veinte y al hombre durante toda su vida. El niño es
investigador; descubre relaciones que tal vez no ha visto nunca el maestro.”
Manuel Bartolomé Cossío
Bien, pues en este
contexto es en el que tiene lugar la historia del maestro
que prometió el mar; una historia hermosa, poética y triste que, silenciada
durante décadas y décadas, cuando estaba al borde de caer por siempre en el
olvido, una serie de azarosas confluencias, la hizo salir a la luz. A saber: Una excavación.
Un reportaje fotográfico al pie de la misma.
Y la memoria largamente amordazada de un
pueblo.
El nombre de nuestro
protagonista es Antoni Benaiges, un joven maestro catalán que, en 1934, fue
destinado a la escuela pública de Bañuelos de Bureba, un pequeño y humilde
pueblo de campesinos en la provincia de Burgos. Sus escasos pobladores
subsistían en aquel tiempo entre privaciones y analfabetismo y ni siquiera tenían
luz eléctrica.
A pesar de que aun
así resultaban insuficientes dada la situación del país, en esa época de la
Segunda República se habían creado 37.700 escuelas públicas en el intento de
combatir con urgencia la ignorancia y miseria en la que se encontraba buena
parte de la población española.

Antoni Benaiges llegó
a Bañuelos de Bureba dispuesto a aportar algo de luz, decidido a aplicar, en un
entorno rural muy reticente a cambios, las nuevas corrientes de renovación
pedagógica en las que tantos esfuerzos se estaban invirtiendo. La escuela debía
ser mixta y la educación en ella tenía que partir de la motivación e
implicación directa de los niños y niñas hasta el punto de que su repercusión
se hiciera eco en el resto de la población.
En estas escuelas, entre otros recursos
(biblioteca, gramófono, proyector, excursiones en el entorno, teatro, bailes…),
figuraba el emergente método denominado “técnica Freinet” que Benaiges empleaba
y difundía. El método tenía entre sus principios el uso de la imprenta en la
escuela como herramienta para fomentar la máxima implicación del alumnado en el
proceso de aprendizaje.

Los sencillos
cuadernos que los propios niños imprimían en el aula de Bañuelos, reflejaban
sus intereses, inquietudes y conocimientos a través de textos libres y dibujos.
Además de su trascendencia educativa en la propia escuela, estos cuadernos
llegaban a los hogares del alumnado, convirtiéndose a su vez en elementos de
comunicación que implicaban a las familias. Pero todavía tenían otra importante
función, se intercambiaban por correo postal entre centros educativos
compartiendo, despertando o enriqueciendo intereses mutuos entre los más
diversos escolares y docentes. Corrían por las escuelas del país, pero también
llegaban a Inglaterra, Francia, Cuba, Argentina…

Entre sus contenidos figuraban
juegos, costumbres, fiestas, refranes y tradiciones locales además de
reflexiones, curiosidades e inquietudes del alumnado en su día a día. Eran crónicas de la
realidad vital más cercana y cotidiana de los niños. La imprenta era el
instrumento que les permitía expresar lo que sentían, veían, les ocurría o
soñaban. Un día, el maestro,
procedente de las costas mediterráneas, les habló a sus niños del mar y ellos,
que nunca lo habían visto, comenzaron a imaginar cómo sería, y plasmaron sus
ensoñaciones en uno de esos cuadernos impresos en la imprenta Freinet. Lo
titularon “EL MAR. Visión de unos niños que no lo han visto nunca”. Corría el
mes de enero de 1936 y el maestro les prometió a sus niños que en verano los
llevaría a todos al mar, allá en su tierra natal.
Algunos textos:
El mar será muy grande, muy ancho y
muy hondo. La gente va allí a bañarse. Yo no he visto nunca el mar. El maestro
nos dice que iremos a bañarnos. Yo digo que no voy a ir, porque tengo miedo que
me voy a ahogar.
Lucía Carranza
El mar será hondo. Será hondo como
dos veces la veleta de la torre. Y tendrá dos metros de largura.
Baldomero Sáez
El mar será muy grande. Yo no lo he
visto nunca. También será muy hondo. Y muy largo.
Mi hermano dice que lo ha visto en
Pamplona cuando estaba en el servicio y que había gente bañándose. Un hombre
tenía cuidado de que no se ahogasen. A uno le sacó porque se ahogaba.
El mar estará muy claro, porque si
no es tontada que quieran bañarse.
Luego mi hermano ha dicho al maestro
que él no ha visto el mar, porque Pamplona no lo tiene.
Soledad Palacios
Hay que decir que el buen oficio del maestro Benaiges era muy celebrado por el alumnado que,
en un ambiente amable, no cesaba de descubrir con asombro el mundo. Entre la
población adulta, en el pueblo había quienes valoraban mucho su labor y también
quienes la denostaba por romper con los preceptos educativos más arraigados y
conservadores. Con todo ello, el maestro seguía adelante entusiasmado con su
destino y entusiasmando a los niños.
Cuando llegó el
verano de 1936 y comenzaron las vacaciones estivales, el maestro regresó a su
pequeña casa familiar en la costa catalana para hacer todos los preparativos de
alojamiento de sus alumnos, hecho lo cual, viajó de nuevo a Bañuelos de Bureba
con intención de contratar un autobús para cumplir la promesa hecha a los niños.
Una promesa que nunca pudo cumplir, pues el 18 de julio tuvo lugar el
levantamiento militar que propició la Guerra Civil. Burgos fue la primera
provincia asediada y era precisamente allí donde, en ese momento y a pesar de
las vacaciones, se encontraba el maestro que prometió el mar. Durante esa
primera semana de contienda, Antoni Benaiges desapareció.
SILENCIO / OLVIDO
Decenas de décadas de
silencio. Porque, en expresión de algún lugareño, eran tiempos de tener “el
morro prieto”. De modo que silencio y olvido se retroalimentaron hasta que en
2010 se inició la excavación de una fosa común cercana en Briviesca.
Junto a ella, un documentalista llamado Sergi Bernal (enlace blog), se disponía a hacer un
reportaje documental del proceso de la excavación cuando un señor muy mayor de
Bañuelos se acercó a la fosa y dijo: “Aquí está enterrado el maestro de mi
pueblo”. Y así se desencadenó el largo proceso de investigación que tantas luces ha aportado, aunque para algunos resulten cegadoras y prefieran volver a apagarlas.
En el hallazgo de muchos
ejemplares de aquellos cuadernos publicados con la imprenta Freinet entre 1934 y 1936 en la escuela de
Bañuelos de Bureba, incluido el de EL MAR, influyó que aquellos
niños de antaño o sus descendientes, todavía los conservaban, pero también se
hallaron ejemplares en lejanos países como México.
Muchos testimonios y comprobaciones apuntan a que el maestro Benaiges debió de acabar tirado en el seno de aquella fosa de La Pedraja en Briviesca; sin embargo la mala conservación de los restos de 135 asesinados exhumados en el lugar, supuso que solo 23 pudieran ser identificados.
Y, a
grandes rasgos, esta es la historia del maestro asesinado a los 33 años por ser
maestro. Aquel que prometió el mar y no pudo cumplir su promesa.