Asistí recientemente al Seminario LIJPE-2024 emitido online para países de habla hispana. Esta edición se presentaba bajo el título “Seis propuestas para el ahora”, partiendo de las “Seis propuestas para el próximo milenio” de Italo Calvino.
“He de cambiar el enfoque, he de mirar el mundo con otra óptica, otra lógica, otros métodos de conocimiento y de verificación. (…) lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, piafante y atronadora, pertenece al reino de la muerte.”
Italo Calvino
Ante los desafíos del presente y con un ojo puesto en la esperanza, las seis ponentes invitadas abordaron el asunto desde diversos e interesantes enfoques.
En un mundo tan literal, mecanizado, mercantilizado y convulso como el actual; un mundo fragmentado en compartimentos estancos e inconexos, en el que la especie humana olvidó que tan solo es una pieza más de la naturaleza que pretende dominar; ¿cómo vivir creativamente sin abandonarse al desasosiego?
El cierre del seminario corrió a cargo de Mª José Ferrada (Chile) con su ponencia “Naturaleza y poema”. Escucharla me impulsó a indagar con curiosidad sobre la figura de Kaneko Misuzu (1903-1930), la poeta de la esperanza.
Kaneko Teru, que posteriormente adoptaría el pseudónimo de Kaneko Misuzu, nació en Japón en el seno de una familia de libreros. Quedó huérfana de padre a los tres años y, aunque era muy poco habitual en la época, con el apoyo de su madre y su abuela, cursó estudios.
A la edad de veinte años se graduó y asumió la dirección de la librería familiar. Ávida lectora, pronto comenzó también a escribir poesía.
Sus poemas tenían un estilo sencillo y accesible para ser recitados o cantados por niños. Varias revistas infantiles publicaron algunos de sus poemas que pronto alcanzaron notoriedad y difusión en Japón.
El infortunio, sin embargo, entró en la vida de Misuzu en 1926 cuando, presionada, aceptó un matrimonio concertado por su tío. Se casó con un hombre autoritario, borracho, violento y abusador que la dejó embarazada, le contagió una incurable gonorrea y le prohibió volver a escribir, aunque ella siguió haciéndolo a escondidas.
Fruto de ese matrimonio, nació una niña y, cuando Kaneko decidió divorciarse, la ley japonesa le otorgó la custodia de la criatura al padre. Las súplicas de Misuzu no lograron que él renunciara.
Con el peso de los tratos vejatorios, los padecimientos de la enfermedad y la pérdida de su hija, un mes antes de cumplir los veintisiete años, Kaneko escribió una carta rogando al exmarido que le permitiera a su madre criar a la niña. Después se suicidó. Finalmente, la hija sí fue criada por la abuela materna.
Misuzu nunca había dejado secretamente de escribir.
ROCÍO
No se lo diré a nadie:
Esta mañana, en el fondo del jardín,
una flor derramó una lágrima.
Porque si corre el rumor
y la abeja lo oye,
irá y le devolverá su néctar
como si hubiera hecho algo mal.
Durante cincuenta años, Kaneko Misuzu y su obra cayeron en el olvido. Hasta que Setsuo Yazaki, otro poeta japonés, empeñado durante décadas en recuperar sus poemas, lo logró finalmente en los años 80. Consiguió localizar al ya octogenario hermano menor de Misuzu, quien todavía custodiaba quinientos poemas inéditos de su hermana. Desde entonces, han salido a la luz publicaciones en diversas lenguas; y el legado de Kaneko ha adquirido un gran reconocimiento entre los lectores japoneses.
ESTRELLAS Y DIENTES DE LEÓN
En la profundidad del cielo azul,
como guijarros en el mar,
sumergidas hasta que llega la oscuridad,
están las estrellas, invisibles a la luz del día.
Aunque no puedas verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.
Dientes de león marchitos, ya sin pétalos,
escondidos en las grietas de los azulejos,
esperan en silencio la llegada de la primavera
y sus raíces fuertes no se ven.
Aunque no puedas verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.
En España, una compilación de los poemas se publicó en edición bilingüe bajo el título “El Alma de las Flores” (Editorial Satori. Gijón 2019) con selección y traducción a cargo de Yumi Hoshino y de la propia Mª José Ferrada.
Ya en el siglo XXI, un poema de Misuzu marcó un hito en Japón. El 11 de marzo de 2011, un terremoto y un tsunami asolaron el país nipón causando miles de muertes y desolación. Con el propósito de calmar a la población, un altavoz público retransmitió reiteradamente este poema de Kaneko:
¿ERES UN ECO?
Si digo “¿Vamos a jugar?”
Dices “Vamos a jugar”.
Si digo “¡Tonto!”
Dices “Tonto”.
Si digo “¡No quiero seguir jugando!”
Dices “No quiero seguir jugando”.
Luego me siento sola.
Digo “Lo siento”.
Dices “lo siento”.
¿Eres un eco?
No, eres todo el mundo.
El cántico esperanzador que se desprendió de esta retransmisión entre los japoneses fue: “No somos un eco, somos todo el mundo.”
Dice Italo Calvino que
La palabra une la huella visible con la cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil puente improvisado sobre el vacío.
Y el eco de la voz de Kaneko Misuzu repite:
Aunque no puedas verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.