29/7/21

EDUCACIÓN TÓXICA



“Educación tóxica. El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes”. Ese es el título completo de un libro de Jon E. Illescas publicado en 2019 por la editorial El Viejo Topo con ilustraciones de portada de Miguel Brieva.

Su lectura resulta tan demoledora como necesaria. Especialmente para toda figura con algún tipo de responsabilidad educativa trascendental. Y si -vistos los bajos y decrecientes índices de hábitos de lectura-, el lector no es capaz de lidiar con unas 350 páginas de ensayo, por favor, lea capítulos escogidos a pequeñas dosis, hojéelo, ojéelo. Quizá le atrape cuando comience a explicarse por qué (con todo cinismo, por cierto) podemos ver y escuchar casi a diario en los medios de comunicación alarmantes noticias sobre menores y jóvenes que matan a palizas a otros, que cometen agresiones sexuales o violaciones en grupo entre otras lindezas. Tal vez llegue incluso a deducir a qué puede deberse ese creciente ascenso internacional de las fuerzas políticas de extrema derecha.

El autor de esta obra -joven para el laureadísimo curriculum que acumula-, no solo cuenta con un par de licenciaturas, un doctorado cum laude y multitud de reconocimientos, sino que además es profesor de Secundaria y Bachillerato; es decir, que desarrolla su ensayo tanto desde la investigación, análisis, conclusiones y abrumadoras estadísticas, como desde la observación y el trato directo con adolescentes en el día a día de las aulas.

Tras una década de investigación –dicho sea de paso, documentadísima-, Illescas desarrolla este ensayo anunciando “cuatro tesis complementarias que dan sentido a su obra”:

1. Las pantallas “educan” más que padres y profesores.

2. El contenido de las mismas está lleno de toxicidad educativa para niños y adolescentes.

3. Más deseducación en forma de música e imágenes.

4. Control social de los peces gordos sobre los peces pequeños.

¿Y todo esto por qué? Porque se requiere “una población ignorante que con altiva estupidez huya del desarrollo cultural y el pensamiento crítico”.

Sí, demoledor para la infancia y la juventud, pero ¿acaso cree que usted, yo o su vecina de en frente nos libramos de ello? Pues NO, es más, solemos retroalimentarlo. Bajo la responsabilidad de los adultos, es ya muy difícil ver a algún menor que no utilice a diario y a su libre albedrío las pantallas durante horas y horas, incluso desde edades tempranísimas. Claro, que es igualmente difícil ver a alguna persona adulta que no las use o abuse de ellas.

He aquí algunos fragmentos tomados de “Educación tóxica”:

“Se estima que el 10% de los visitantes de las páginas porno son menores de 10 años y el 53’5% de los adolescentes españoles de 14 a 17 años se deleitan una y otra vez con las creaciones de la industria pornográfica online”.

“La educación sexual se la regalamos a la industria del porno”.

 

“¿Qué decir de la industria del libro y los jóvenes? … a partir de los 13/14 años es casi imposible conseguir que lean bajo el imperio de las Pantallas. (…) Los libros requieren tranquilidad, silencio, tiempo y reflexión. (…) El 63% de los adolescentes españoles pasa olímpicamente de los libros” [de lecturas por iniciativa propia].

Conviene aclarar que un alto porcentaje de la población adulta, incluidos docentes, tampoco son ejemplo a imitar.

“… por fornicar delante de las cámaras en una jornada pueden ganar exactamente lo mismo que un investigador/escritor tras siete años de duro trabajo.”

“La incultura está de moda”.

“La industria musical es la que más influye en la educación de la juventud mundial”.

“Actualmente están muy en boga dentro de la industria los llamados contratos de 360º, por los cuales la empresa se queda con un porcentaje de las ganancias que tenga el cantante en cualquier negocio de su carrera (ya no solo singles, álbumes o videoclips, sino conciertos, merchandissing, anuncios, participación en programas de TV, etc.) Esto conlleva un mayor control de cada aspecto de la imagen y el contenido de la obra del cantante por parte de la discográfica, es decir, un recorte en su libertad creativa a cambio de un compromiso de la empresa de invertir un capital mayor en la difusión de su obra y persona”.

¿Y se han preguntado ustedes quienes pueden ser esos y esas cantantes millonariamente difundidos? Pues todos los que usted conoce por fuerrza (incluidos ciertos “triunfitos”), aunque no le despierten el más mínimo interés, porque aparecen hasta en la sopa. Así es como se pone de moda la música que la gran industria musical decide que se ponga de moda y que millones de jóvenes y no tan jóvenes la sigan como borreguitos. Detrás de muchas de estas industrias está la sombra del mercado del narcotráfico y otras lindezas como la difusión de letras de canciones que versan sobre lo positivo de la violencia, el machismo, la xenofobia, la pornografía o el consumo de drogas. Rap, trap, regueton, pop… interpretado por supuestos “artistas” que cuentan con millones de seguidores en las redes, fundamentalmente niños, adolescentes y jóvenes.

 


Las citas y comentarios podrían ser interminables, de modo que concluiré con estas guindas no por más conocidas menos dignas de tener MUY en cuenta:

“La Waldorf School en Estados Unidos es una escuela privada donde la élite de programadores que trabajan para las principales empresas y redes sociales del mundo (desde Google, Facebook, Apple, etc.) lleva a sus hijos por el módico precio de unos 30.000 dólares al año. ¿La razón? Es un lugar donde están prohibidas todas las tecnologías que hacen ricos a sus padres: desde los móviles, a cualquier pantalla portátil. Y donde hasta los 14 años no hay ningún tipo de pantalla en las aulas.”

Chamath Palihapitiya, un ex vicepresidente de Facebook, declaraba:

“Estos bucles cortos de retroalimentación a base de dopamina que hemos creado están destruyendo el funcionamiento de nuestras sociedades. (…) Me siento tremendamente culpable, creo que en los recovecos más ocultos de nuestras cabezas sabíamos que podía pasar algo malo… Yo quiero ser dueño de mis decisiones y por eso no uso esa mierda y quiero ser dueño de las decisiones de mis hijos y por eso no les dejo usar esa mierda (sic)”.

“Esta élite empresarial y tecnológica es muy consciente de algo que no lo es tanto para el resto de la población: que las pantallas enganchan tanto como las drogas”.

Entre otras consecuencias posibles y comprobadas del mal uso de las pantallas, Illescas señala: atrofia del lóbulo frontal, anomalías en la materia blanca del cerebro (mielina), transtornos de humor, pérdida de sueño, daños oculares irreversibles, TDAH, depresión, dependencia de fármacos, tumores, obesidad…

Y en algún momento suspira el autor con agridulce sentido del humor: “En fin, tiempos duros para la poesía”.

Los contenidos audiovisuales que difunden machaconamente las redes son, con  frecuencia, contrarios a los Derechos Humanos. Y, por supuesto, contrarios a la construcción cultural y la convivencia respetuosa. Tomar conciencia de lo que supone la dictadura de las pantallas es el primer paso imprescindible para intentar eludir (nunca es tarde) sus consecuencias más negativas, especialmente entre la población infantil y juvenil. En ello tienen, también, una enorme responsabilidad muy pobremente asumida nuestros representantes políticos.

 

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