2/4/19

INDUSTRIAS Y ANDANZAS DE ALFANHUÍ



Hoy, Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil y con la recientísima muerte de Rafael Sánchez Ferlosio, rescato el viejo ejemplar de las "Industrias y andanzas de Alfanhuí" coincidiendo con su autor, que la consideraba su más estimada obra. 
Entre sus páginas, encuentro un viejo folio amarillento y manuscrito. Se reprodujo en su día con uno de aquellos antiguos artefactos a manivela llamados ciclostil que te pringaban de tinta hasta las orejas. Debe de ser una de las copias que le hacía llegar a mi alumnado hace casi cuatro décadas.
Impartía entonces en Secundaria lengua-literatura y plástica; así que jugábamos con Alfanhuí, cuando menos, desde estos lenguajes. Entre otras actividades, les leía en voz alta en clase de plástica pasajes de la novela. Textos repletos de referencias sensoriales: acústicas, visuales, plásticas, cromáticas... 
Todavía retengo en la memoria excelentes ilustraciones sobre el capítulo VII -uno de nuestros preferidos-,"De un viento que entró una noche en el cuarto de Alfanhuí y las visiones que este tuvo"
Los chavales imaginaban y reproducían, a partir de la lectura, la escena nocturna con la llama de la lámpara de aceite agitada por el viento en una estancia -salpicada de pájaros disecados-, de la casa del maestro taxidermista.

El viento entraba cada vez más lleno por la ventana y traía como una música de ríos y bosques olvidados.
Al compás de la música, la llama hacía danzar las sombras de los pájaros (...) pusiéronse a danzar las danzas arcanas, las danzas primitivas de su especie, dibujando sobre el techo del salón una rueda grandiosa de alas y de picos.

O este primer fragmento del capítulo I, amarilleado (¿por la glandulita del rubor?) en la copia a ciclostil.



El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse y que tiene un ojo solo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos. Hacía luna, y a picotazos de hierro los mataba. los colgó al tresbolillo en la blanca pared de levante que no tiene ventanas, prendidos de muchos clavos. Los más grandes puso arriba y cuanto más chicos, más abajo. Cuando los lagartos estaban frescos todavía, pasaban vergüenza, aunque muertos, porque no se les había aún secado la glandulita que segrega el rubor, que en los lagartos se llama "amarillor", pues tienen una vergüenza amarilla y fría.

Nos encantó también descubrir algunos asuntos sobre nombres; como el hecho de que la criada del taxidermista no tuviera ninguno, pues era sordomuda.

Y, por supuesto, el nombre que el muchacho recibe de su maestro:



¿Tu? Tú tienes ojos amarillos como los alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque este es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros. ¿Sabes de colores?  

Un placer de reencuentro con un libro que es pura sinestesia. Un relato cuyas palabras hacen viajar por constantes asociaciones sensoriales. 

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