Lou Andreas-Salomé / Rainer Maria Rilke |
Esta semana -cada año con más fuerza-, se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En los últimos días, una azarosa red de enlaces me ha remitido al entrañable reencuentro con Cartas a un joven poeta de Rilke. Una joya de libro que no había abierto desde principios de los años 70 del pasado siglo, que he releído con sumo cuidado -ya que el ejemplar quedó como una rosa marchita que se deshoja entre las manos-; y que me ha descubierto la influencia, ya olvidada, que ejerció desde aquellas primeras lecturas.
Entre muchas otras perlas, encuentro en la carta VII, dirigida al joven Kappus desde Roma el 14 de mayo de 1904, estas ¿proféticas? palabras de Rilke sobre la mujer:
"La joven y la mujer, en su nuevo desarrollo personal, serán transitoriamente imitadoras de los malos y los buenos modales masculinos, y repetidoras de las profesiones varoniles. Tras la incertidumbre de tales tránsitos se demostrará que las mujeres habrán pasado por esos abundantes y variados disfraces -con frecuencia risibles- solo para purificarse, en lo más peculiar de su naturaleza, de las deformadoras influencias del otro sexo. Las mujeres, en las cuales la vida se demora y habita más inmediata, fecunda y confiadamente que en el hombre, es preciso que en el fondo hayan llegado a ser humanos más maduros, seres más humanos que el hombre liviano -no atraído bajo la superficie de la vida por el peso de ningún fruto corporal-, quien, fatuo, precipitado, menosprecia lo que cree amar. Esta humanidad de la mujer, madurada en los dolores y las humillaciones, saldrá a la luz cuando la mujer haya mudado los convencionalismos de lo exclusivamente femenino, en las metamorfosis de su condición social; y los hombres, que aún hoy no sienten llegar esto, se verán sorprendidos y vencidos. Un día (de ello, sobre todo en los países nórdicos, ya hablan e ilustran signos inequívocos), un día la joven será, y será la mujer, y sus nombres no significarán más lo mero contrario de lo masculino, sino algo por sí, algo por lo cual no se piense en ningún complemento ni límite, sino nada más que en vida y ser: el ser humano femenino.
Este progreso transformará (al principio muy contra la voluntad de los hombres superados) la vida amorosa, hoy colmada de errores; la cambiará fundamentalmente; la convertirá en una relación valedera de ser a ser, no ya de varón a mujer. Y este amor más humano, que se realizará infinitamente delicado, y cuidadoso, y bueno y claro en el atar y desatar, se asemejará al que penosamente preparamos luchando: el amor que consiste en que dos soledades mutuamente se protejan, se limiten y se reverencien."
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