Cajas de sueños de Joseph Cornell |
Seguro que en estos
días de cuarentena global y ante la insólita situación mundial, a todos se nos
ha planteado en algún momento la idea de si la humanidad entera nos hemos
convertido de repente en personajes de una obra literaria de ciencia-ficción. O
acaso si esto no es una pesadilla, un mal sueño. Y es que, efectivamente, la
literatura se ha ocupado con frecuencia a lo largo de su historia de estas
ideas.
He aquí varios
oníricos ejemplos.
Quizá uno de los
textos más conocidos del filósofo taoísta Chuang-tzu (siglo IV a.C.) sea el del
sueño de la mariposa:
Chuang-tzu soñó que era una mariposa, y al despertar
ignoraba si era Chuang-tzu que había soñado que era una mariposa o si era una
mariposa que estaba soñando que era Chuang-tzu.
¿No nos estará
ocurriendo como a Chuang-tzu?
Abundan las
referencias literarias que plantean dudas entre la realidad del sueño y la de
la vigilia; si la vida es un sueño, si somos sueños soñados dentro de nuestro
propio sueño como ocurre en A través del
espejo y lo que Alicia encontró allí de Lewis Carroll.
En un pasaje de
esta obra, Tweedledee le dice a Alicia —que a su vez está
soñando sus aventuras—, que ella no es real, que tan solo es el
sueño del Rey Rojo que ronca escandalosamente ante ellos al pie de un árbol. Y
si el rey se despierta, Alicia se apagará como una vela.
Está soñando —le advierte el
personaje—, si
dejara de soñar, ¿dónde crees que estarías tú?
La mitología griega
nos presenta a Endimión, cuyo nombre significa el que está dentro. Endimión era un hermoso pastor que soñaba
eternamente dormido y eternamente joven dentro de una cueva. Selene (la luna)
se enamoró de él. Hipnos (el sueño), hijo de la noche y hermano gemelo de la
muerte, le regaló a Endimión el don de dormir con los ojos abiertos para que
pudiese mirar constantemente los de su amada Selene, con quien tuvo cincuenta
hijas. Asimismo, Hipnos le regaló sus alas otorgándole a Endimión la facultad
de volar por el espacio y el tiempo.
¿Nos estará soñando
Endimión?
Descubro, además,
en el blog Linternas y bosques del
mexicano Adolfo Córdova, todo un regalo que le agradezco enormemente a Adolfo.
Se trata de El ciervo escondido, un
cuento de Lieh-tzu, escritor chino, contemporáneo de Chuang-tzu.
Un leñador de
la provincia de Chêng se hallaba en el bosque, recogiendo leña, cuando se
encontró con un ciervo extraviado. Se apresuró a seguirlo hasta que consiguió
matarlo y mucho se alegró por su buena suerte. Sin embargo, tuvo miedo de que
otros lo descubrieran, así que lo enterró en una zanja seca y lo tapó con hojas
y ramas. Poco después olvidó el lugar donde lo había ocultado y se convenció de
que todo aquello había sido sólo un sueño. Y así fue contándolo a las personas
con las que se topaba en su andar, como si hubiera sido un sueño.
Un hombre, que escuchó la historia,
decidió ir a buscar al ciervo y lo encontró, cubierto con hojas y ramas, en la
zanja seca. Al llegar a su casa, con el ciervo, dijo a su mujer:
—Un leñador soñó que había matado un
ciervo, pero no podía recordar el sitio exacto donde lo había escondido y yo lo
he encontrado, por lo que me parece que su sueño era un sueño verdadero.
—Al contrario —dijo su esposa—.
Debes ser tú quien soñó que conoció a un leñador que había matado a un ciervo.
Aquí está el ciervo, cierto, pero ¿dónde está el leñador? Es evidente que es tu
sueño el que se ha hecho realidad.
—Ciertamente he matado a un ciervo
—replicó su marido—. Entonces, ¿qué importa si fue el sueño de otro o el mío?
Mientras tanto, el leñador llegó a
su casa. No se lamentaba de haber perdido al ciervo, pues seguía convencido de
que lo había soñado todo. Pero esa misma noche realmente soñó con el lugar
donde lo había escondido y el hombre que lo había encontrado. Por lo tanto, a
la mañana siguiente, fue a la casa del hombre a reclamar su ciervo.
Una pelea se produjo y el asunto
hubo de ser llevado ante un juez, quien se pronunció en estos términos:
—Tú —le dijo al leñador— empezaste
por matar a un ciervo, pero creíste, por error, que había sido sólo un sueño.
Después soñaste que habías matado a un ciervo, pero creíste, por error, que era
verdad.
Este otro hombre encontró al ciervo,
realmente, y ahora te lo disputa. Por otro lado, su mujer dice que él soñó al
ciervo y al hombre que lo había matado. Así que nadie puede decir quién mató al
ciervo. Pero aquí tenemos al ciervo. Lo mejor es que se lo repartan.
El caso llegó a oídos del rey de la
provincia de Chêng, quien dijo:
—¿Y ese juez no estará soñando que
reparte un ciervo?
Esa nueva pregunta llegó a los oídos
del primer ministro, quien se confesó incapaz de distinguir qué parte era sueño
y qué parte no.
—Si quieren distinguir entre estar
despierto o estar soñando —dijo—, sólo el Emperador Amarillo o Confucio pueden
ayudarlos. ¡Pero estos dos sabios están muertos!, así que ya no hay nadie vivo
que sepa distinguir entre sueño y realidad.
Si estamos siendo
soñados por alguien, ojalá que el durmiente sepa rematar favorablemente su
sueño antes de despertarse, que no lo vaya a hacer dejándonos tirados en mitad
de este desastre o provocando que nos apaguemos todos como una vela o
remitiéndonos a Confucio o...
¿Qué opináis,
colegas oníricos?...
¿Seguro?...
¿Cómo sabéis que no
lo estáis soñando?
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