Si los autores clásicos de la literatura levantaran la cabeza, seguramente se indignarían, es decir, se sentirían indignos de cierto trato como es, asimismo, indigna la consideración que frecuentemente se tiene de la infancia.
Ayer leía unas significativas palabras en una novela de la polaca Olga Tokarczuk:
“Siempre que se organiza algún acto infame, de los primeros de los que se echa mano es de los niños.”
Una vez más, el periódico El País ha lanzado una indigna colección de supuestos clásicos para la infancia (o para la infamia): "Mi Primera Biblioteca".
A
saber: el primer ejemplar gratuito es un “Don Quijote de la Mancha” asignado a un
tal Miguel de Cervantes (una coincidencia, pues no debe ser el mismo del Siglo
de Oro). Consta de menos de 30 páginas con un simple y simplificado texto -traducido
del italiano- y acompañado de estereotipadas ilustraciones. El final del libro reza así: "Colorín colorado / este cuento ha terminado. / Si te ataca un molino gigante / ¡llama al caballero andante!" (Sin comentarios).
Por el módico precio de 6’99 € el ejemplar, le sucederán títulos como un reducido “Alicia en el País de las Maravillas” -asignado a un tal Lewis Carrol-, “Peter Pan”, “Moby Dick”, “Pinocho”, “La Odisea” y más; todos ellos atribuidos a autores que escribieron unas obras originales muy alejadas de las desvirtuadas publicaciones de El País y de las que es difícil imaginar que consintieran asumir la autoría.
En el caso de “Alicia en el País de las Maravillas”, para más inri, ante el éxito de la compleja obra original, los propios lectores de la época, especialmente madres de niños pequeños, pidieron al autor una adaptación para ellos; propuesta que Carroll asumió dando lugar a un “Alicia para los pequeños” nada despreciable y con las correspondientes ilustraciones de Tenniel. ¿Es que no lo conocen? ¿O también les parece un plato demasiado empachoso para las pobres mentes infantiles?
De
un tiempo a esta parte, parece haber un desmedido empeño en ofrecer a la
infancia simplonas (salvo muy escasas, honrosas y bastante justificadas
excepciones), adaptaciones de los llamados “clásicos”. Habiendo obras que
suscitan en los niños tanto interés como, por ejemplo, “Donde viven los
monstruos” de Maurice Sendak (1963, ¿"clásico"?), no logro entender que, cada vez con más frecuencia, se “imponga” a niños
de 5 años un refrito de Quijote o una supuesta Odisea para “trabajar” en “tertulia
dialógica”, entre otros inventos “innovadores”. ¡Hay tantas excelentes
publicaciones donde elegir! ¿Por qué empeñarse en malversar antes de tiempo valiosas obras clasicas? ¿O es que se trata de pretender el espejismo de "¡Qué listo es mi niño, que ya ha leído La Odisea a los cinco años!"
Una criatura a la que se le haya hecho creer que conoce el Pinocho de un tal Collodi -que no escribió el gatoporliebre que le han ofrecido ni tampoco esa película que ha visto de la factoría Disney-, probablemente, nunca llegue a conocer ya la obra original ni saber quién la escribió. ¡Lástimosa y gratuita manipulación!
He tenido experiencias con proyectos en torno a Peter Pan, Alicia o Pinocho en las que la mayor sorpresa y entusiasmo por parte de los participantes (incluidos adultos), ha sido descubrir por primera vez la existencia de las obras originales y sus autores, esas obras que creían ya archisabidas y que venían considerando simples historietas para "pequeñajos".
Mi pregunta para El País es: ¿No se ruborizarían ustedes si trataran la literatura para adultos con los mismos criterios con los que tratan la que destinan a la infancia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario