Confiáis en el orden actual de la sociedad sin pensar que ese orden está sujeto a inevitables revoluciones y que os es imposible prever o prevenir la que interesa a vuestros hijos. (...) Nos acercamos a la edad de crisis y al siglo de las revoluciones. ¿Quién puede responder de lo que vais a devenir entonces? Todo lo que los hombres han hecho, los hombres pueden destruirlo; no hay más caracteres imborrables que aquéllos que imprime la naturaleza, y la naturaleza no hace príncipes ni ricos ni grandes señores. ¿Qué hará pues, en la bajeza, ese sátrapa al que sólo habéis educado para la grandeza? ¿Qué hará en la pobreza ese publicano que sólo sabe vivir de oro? ¿Qué hará, desprovisto de todo, ese fastuoso imbécil que no sabe en absoluto utilizarse a sí mismo y sólo pone su ser en lo que le es ajeno? ¡Afortunado quien sabe entonces abandonar el estado que le abandona y permanecer hombre a pesar de la suerte! Alábese tanto como se desee a ese rey vencido que quiere enterrarse enfurecido bajo los restos de su trono; yo lo desprecio; veo que sólo existe por su corona y que no es nada en absoluto si no es rey; pero quien la pierde sin inmutarse está, entonces, por encima de ella. Del rango de rey que un cobarde, un malvado, un loco puede ocupar como cualquier otro, asciende al estado de hombre, que tan pocos hombres saben ocupar...
Emilio o de la educación. J.J. Rousseau. 1762.
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