Entre
las páginas de “Leer el mundo”, su autora, Michèle Petit, refiere un fragmento
del relato titulado “La flor de Acapulco” escrito por la psicoanalista
argentina Silvia Bleichmar. En él cuenta su desembarco en México donde había
debido exiliarse con su marido, hijos y perro en tiempos de la dictadura
militar.
Bleichmar
describe la escena de desamparo a su llegada al exilio cual parias absolutos perdidos en el espacio.
Desolada, comienza a desarmar el equipaje y, entre los vestidos, pantalones,
faldas… de la familia, de un bolsillo de la maleta emerge de pronto algo
insospechado: una flor de organza de color celeste.
Su
marido le pregunta qué es ese extraño objeto inesperado. Ella responde: Es por si algún día íbamos a Acapulco…
quería tener algo bonito que ponerme. Acto seguido ambos se abrazan
llorando por la situación y por el dolor
que la rosa de organza intentaba encubrir, tiñendo de optimismo y placer un
futuro que solo se presentaba como pérdida.
Un
año después, no obstante, la pareja, elegantemente vestida, logra disfrutar de
una deliciosa velada junto al mar en Acapulco. Ella, por supuesto, luce su flor
de organza celeste.
El
fragmento del relato termina así:
Mis hijos, ya
adultos, siguen llamando “la flor de Acapulco” a todo proyecto que, aun
pareciendo inviable, permite sostener el optimismo ante la adversidad.
Por
su parte, Michèle Petit se ve tentada, además, de ver en la flor de Acapulco una dimensión tan esencial como inútil que
debería añadirse a la vida de cada día para que el mundo sea verdaderamente
habitable.
Hace
ya un año que el mundo está sometido a tiempos difíciles en los que abundan las
crecientes limitaciones, sufrimientos, pérdidas e incertidumbre. Diríase que
andamos también un tanto perdidos en el
espacio, exiliados in situ. Pero, como también advierte Petit, son precisamente las
cosas que no vienen regidas por la obligación y la utilidad inmediata las que,
en gran medida, nos hacen el mundo más habitable.
Son esas insospechadas “flores de Acapulco” las que pueden sostenernos. Las sutiles flores de organdí aparentemente inútiles e inesperadas -ya sean materiales o inmateriales-, hacen en estos tiempos que los días cobren una identidad, nos contengan y se hagan más habitables. Entre otras, una de esas flores es, sin duda, la lectura. Leer cuento, ensayo, novela, poesía… y leer el mundo. Porque, como señala Michèle Petit:
Son esas insospechadas “flores de Acapulco” las que pueden sostenernos. Las sutiles flores de organdí aparentemente inútiles e inesperadas -ya sean materiales o inmateriales-, hacen en estos tiempos que los días cobren una identidad, nos contengan y se hagan más habitables. Entre otras, una de esas flores es, sin duda, la lectura. Leer cuento, ensayo, novela, poesía… y leer el mundo. Porque, como señala Michèle Petit:
Para que el espacio sea representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar historias, tener un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos –aunque no sea más que una mitología familiar, algunos recuerdos-, el mundo permanecería allí, indiferenciado; no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior.
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