28/11/19

EL COLEGIO NO FUE INVENTADO POR DIOS

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Desde que, de un tiempo a esta parte, imparto clases a Educadoras (Técnico Superior de Educación Infantil) para futuras oposiciones, me asaltan dudas, preguntas y, a veces, también la indignación.

Estas personas, casi todas con años de experiencia en escuelas infantiles de primer ciclo, es decir, con criaturas de 0 a 3 años de vida, trabajan en diversos tipos de escuelas: públicas, privadas, municipales... De entre ellas, las hay -por fortuna- de las que cuidan con todo mimo la primerísima infancia con la sensibilidad, afecto y atención que merece; donde los niños pasan la jornada experimentando, jugando, y desarrollándose descubriendo el mundo que les rodea. Donde están atendidos por el número de adultos necesario para un buen cuidado y hay una cooperación educativa continuada con las familias del alumnado. 
Pero -desgraciadamente- esto no está generalizado. 
Las hay también de las que ocho bebés de meses están al cuidado de una sola persona durante todo el día; de las que sientan a criaturas de un año ante mini-mesitas a hacer fichas de números y vocales; de las que las educadoras han de evitar a toda costa que los nenes salgan de la escuela con alguna mancha en la ropa o despeinados. De las que pretenden ortopédicamente enseñar múltiples idiomas a los bebés o imponen "proyectos" tan interesántísimos para estas edades como "Sorolla y su pintura" pretendiendo criar genios.

Estudiando en el temario múltiples aspectos de la ley educativa que rigen los dos ciclos de la etapa de Educación Infantil (0-6 años), una no sale de su asombro al comparar las diferencias entre la teoría y la práctica.
Se destacan las grandes figuras y sus teorías educativas y científicas a lo largo de la historia, teorías que, tras décadas e incluso siglos de existencia y beneficios demostrados, no terminan de arraigar en la práctica. Se insiste, por ley, en la imperiosa necesidad del niño -en los procesos de enseñanza-aprendizaje-, de experimentar, actuar, interrelacionarse, expresar, escuchar y ser escuchados, conquistar conocimientos de forma globalizada, jugar, jugar y jugar. 

Y, lo más sorprendente: como si a partir de los 6 años, de pronto, el ser humano perteneciera a otra especie, todos esos planteamientos, se esfuman. Se les da a las criaturas libros de texto organizados por asignaturas en compartimentos estancos (¡adiós aprendizaje globalizado, juego y experimentación), se les somete a exámenes, controles, deberes y otras obligaciones impuestas absolutamente ajenas a su natural curiosidad por aprender.

Otro aspecto preocupante es el de las actitudes y expectativas de muchas familias encantadas de que sus niños lleguen a casa limpios, peinados, amaestrados y con fichas y "trabajos" muy monos, 20 veces realizados por la docente de turno, y de los que en ninguna cabeza cabe que los haya confeccionado una criatura de uno o dos años. 
Quizá deberían preguntarse si buscan un saludable desarrollo físico y mental para sus hijos o si les basta con satisfacer artificiales expectativas a través de su descendencia.

Hoy, el detonante de esta entrada en el blog ha sido este desolador vídeo en el que Mateo, un niño mexicano, asegura indignado entre llantos que el colegio no fue inventado por Dios, ese ser que se supone todo bondad.
Los adultos tenemos la responsabilidad y la obligación de plantearnos muy seriamente que -tanto dentro como fuera de la escuela-, hay que respetar a la infancia desde la infancia. Los niños no son "el futuro", son y están aquí y ahora con todas sus particularidades y necesidades.



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