Hace unos días, participé en Madrid en unas jornadas escolares organizadas por Amalia González Bermejo, amiga y artesana del cuento que se refleja en su espejo como Ailama.
Las jornadas llevaban por título IDENTIFIC-ARTE y surgieron como iniciativa de la Asociación de Familias de Alumnos del Colegio Montserrat. En una primera intervención destinada a adultos, abordé el tema de la trascendencia de la ficción (la fabulación, la imaginación) en la construcción de nuestras propias realidades y de nuestra identidad. Nos centramos fundamentalmente en el poder de representación de la palabra, aunque sin dejar al margen cualquiera de los lenguajes expresivos y artísticos.
Hablando sobre la diversidad (de identidades), destacábamos:
La diversidad es enriquecedora. Y un procedimiento saludable para reconocerla y disfrutarla es fomentar el desarrollo de la capacidad creadora de los individuos. Porque a través de la actividad creativa, las personas hallamos huellas propias de identidad y, por consiguiente, no sólo nos comprendemos mejor, sino que empatizamos también con las huellas de otras personas. Digamos que, entendiéndonos desde el adentro, entendemos mejor el afuera.
La fabulación, la ficción, en el juego o en las artes, no son mentira - como muy acertadamente dijo cierto pintor inventado -, más bien se trata de convertir la verdad en mentira para que no deje de ser verdad.
Mi segunda intervención fue de taller. Un taller titulado "¿Vale que yo era un bicho fabuloso?", al que acudían niños y niñas de Educación Infantil y Primaria acompañados de familiares adultos.
Planteada la propuesta, los adultos se limitaban a acompañar y a colaborar con los niños siguiendo las iniciativas de los pequeños.

En el proceso, los niños se iban transformando en bichos fabulosos. Los había juguetones, alegres, agresivos, sorprendentes, como uno que se convirtió en una especie de navaja multiusos llena de brazos y que, a pesar de su apariencia "mucho útil", no hacía absolutamente nada.





El arte, y en especial el arte de la ficción, nos ayuda a adivinar los comportamientos de los otros y a conocernos a nosotros mismos, lo cual supone una gran ventaja frente a especies menos conscientes de sí mismas.
La ficción ha existido desde el mismo instante en que pisó la Tierra el Homo Sapiens. Porque los mecanismos cerebrales por medio de los cuales nos acercamos a la realidad son básicamente idénticos a los que empleamos a la hora de crear o apreciar una ficción. (...) reconocer el mundo e inventarlo, son mecanismos paralelos que apenas se distinguen entre sí.
Los humanos somos rehenes de la ficción. (...) Porque esas mentiras también pertenecen al dominio de lo real.
(...) quien ha combatido a docenas de mamuts de fantasía, tiene más probabilidades de sobrevivir a la embestida de uno auténtico. (...) en ningún momento el cavernícola confunde realidad y fantasía.
Vivir otras vidas no es sólo un juego - aunque sea primordialmente un juego -, sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social. La empatía, la solidaridad. Qué lejos queda la idea de la ficción como un pasatiempo inútil, destinado a la admiración embelesada, al onanismo estético. Sin duda, la naturaleza del arte contempla también la idea de lo bello (...) la belleza es el tirabuzón que nos encamina hacia conjuntos de ideas que nos alientan a comprender mejor el mundo, a nuestros semejantes y, por supuesto, a nosotros mismos.
El cerebro se comporta frente a una novela o un cuento igual que frente al mundo, realizando millones de operaciones mentales (...) midiendo cada situación, evaluándola, comparándola con patrones preexistentes (eso que llamamos memoria), a fin de prever a cada momento lo que ocurrirá a continuación. Por eso leer es tan fecundo y tan cansado - como vivir.
El "yo" es una novela que escribimos, muy lentamente, en colaboración con los demás.
Mal que nos pese, todos somos ficciones. Ficciones verdaderas.
1 comentario:
¡estupendo trabajo, compañera!
Yo me identifico con un lemur de madagascar. ¡tengo que hacer mi bicho!
Amal.
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