De nuevo - como explicaba en la entrada ¡Eureka, la amígdala! -, dos experiencias vuelven a enredar sus analogías. Si la amígdala cerebral es de gran interés, no lo son menos las neuronas espejo, de las que aquí no hablaré de forma explícita aunque estén implícitamente presentes (siempre lo están).
Hace unos días, participé en Madrid en unas jornadas escolares organizadas por Amalia González Bermejo, amiga y artesana del cuento que se refleja en su espejo como Ailama.
Las jornadas llevaban por título IDENTIFIC-ARTE y surgieron como iniciativa de la Asociación de Familias de Alumnos del Colegio Montserrat. En una primera intervención destinada a adultos, abordé el tema de la trascendencia de la ficción (la fabulación, la imaginación) en la construcción de nuestras propias realidades y de nuestra identidad. Nos centramos fundamentalmente en el poder de representación de la palabra, aunque sin dejar al margen cualquiera de los lenguajes expresivos y artísticos.
Hablando sobre la diversidad (de identidades), destacábamos:
La diversidad es enriquecedora. Y un procedimiento saludable para reconocerla y disfrutarla es fomentar el desarrollo de la capacidad creadora de los individuos. Porque a través de la actividad creativa, las personas hallamos huellas propias de identidad y, por consiguiente, no sólo nos comprendemos mejor, sino que empatizamos también con las huellas de otras personas. Digamos que, entendiéndonos desde el adentro, entendemos mejor el afuera.
La fabulación, la ficción, en el juego o en las artes, no son mentira - como muy acertadamente dijo cierto pintor inventado -, más bien se trata de convertir la verdad en mentira para que no deje de ser verdad.
Mi segunda intervención fue de taller. Un taller titulado "¿Vale que yo era un bicho fabuloso?", al que acudían niños y niñas de Educación Infantil y Primaria acompañados de familiares adultos.
Planteada la propuesta, los adultos se limitaban a acompañar y a colaborar con los niños siguiendo las iniciativas de los pequeños.
En el proceso, los niños se iban transformando en bichos fabulosos. Los había juguetones, alegres, agresivos, sorprendentes, como uno que se convirtió en una especie de navaja multiusos llena de brazos y que, a pesar de su apariencia "mucho útil", no hacía absolutamente nada.
Alba decidió crearse una historia que iba dictándole muy concienzudamente a su papá para que éste la transcribiera.
El poderoso Muscucorredor, terminó pillando un berrinche de miedo porque la persona adulta con la que colaboraba añadió a su dibujo un mínimo trazo que él no estaba dispuesto a consentir de ninguna manera.
Lo que a Marina no le interesó fue convertirse ella sola en bicho fabuloso. Seguramente, lo que en ese momento le resultaba mucho más fabuloso y atractivo - vista su concentración -, era re-presentarse junto a su mamá.
Quiso el azar que, de vuelta a casa apareciese, llamándome a gritos, un libro (precisamente ése y no otro) sobre el que me abalancé devorando sus páginas en poco tiempo: "Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción" Jorge Volpi. Alfaguara.
Nuevas analogías de base científica me atraparon en este libro que, a excepción de algunos pasajes sobre inteligencia artificial, me regalaba - a modo de bucles extraños-, un torrente de palabras-espejo en las que identificarme. Transcribiré sólo una pocas:
El arte, y en especial el arte de la ficción, nos ayuda a adivinar los comportamientos de los otros y a conocernos a nosotros mismos, lo cual supone una gran ventaja frente a especies menos conscientes de sí mismas.
La ficción ha existido desde el mismo instante en que pisó la Tierra el Homo Sapiens. Porque los mecanismos cerebrales por medio de los cuales nos acercamos a la realidad son básicamente idénticos a los que empleamos a la hora de crear o apreciar una ficción. (...) reconocer el mundo e inventarlo, son mecanismos paralelos que apenas se distinguen entre sí.
Los humanos somos rehenes de la ficción. (...) Porque esas mentiras también pertenecen al dominio de lo real.
(...) quien ha combatido a docenas de mamuts de fantasía, tiene más probabilidades de sobrevivir a la embestida de uno auténtico. (...) en ningún momento el cavernícola confunde realidad y fantasía.
Vivir otras vidas no es sólo un juego - aunque sea primordialmente un juego -, sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social. La empatía, la solidaridad. Qué lejos queda la idea de la ficción como un pasatiempo inútil, destinado a la admiración embelesada, al onanismo estético. Sin duda, la naturaleza del arte contempla también la idea de lo bello (...) la belleza es el tirabuzón que nos encamina hacia conjuntos de ideas que nos alientan a comprender mejor el mundo, a nuestros semejantes y, por supuesto, a nosotros mismos.
El cerebro se comporta frente a una novela o un cuento igual que frente al mundo, realizando millones de operaciones mentales (...) midiendo cada situación, evaluándola, comparándola con patrones preexistentes (eso que llamamos memoria), a fin de prever a cada momento lo que ocurrirá a continuación. Por eso leer es tan fecundo y tan cansado - como vivir.
El "yo" es una novela que escribimos, muy lentamente, en colaboración con los demás.
Mal que nos pese, todos somos ficciones. Ficciones verdaderas.
1 comentario:
¡estupendo trabajo, compañera!
Yo me identifico con un lemur de madagascar. ¡tengo que hacer mi bicho!
Amal.
Publicar un comentario