26/1/15

DUDO, LUEGO EXISTO... ¿NO?


¿Se imaginan disponer de un manual de "Instrucciones y reglas de uso de la vida"? ¿Unas reglas universales y eficaces, aplicables con éxito a cualquier persona? Parece poco creíble ¿no?
Tal vez sea, más bien, ese ¿sexto? sentido, borrosamente llamado "sentido común", el que más nos auxilie en esto de andar improvisándonos la vida. Un sentido que también es sensibilidad, que incluye grandes dosis de intuición, de azar, percepción, naturaleza, observación, conocimiento, reflexión, razonamiento... en cada situación y en cada contexto. Así de sencillo y así de complejo.
La con-formación del ser, su aprendizaje, conocimiento, habilidades y evolución ¿fluye al margen de la vida? Entonces ¿por qué ese empeño en diseñar sistemas educativos basado en unas "instrucciones y reglas de uso universales" que satisfagan un ranking estadístico competitivo? También poco creíble ¿no?

A la entrada de uno de los municipios en cuya escuela estoy colaborando, como si de un cartel de bienvenida se tratara, se puede leer en grandes letras sobre un muro: 

"DUDO, LUEGO EXISTO... ¿NO?"

Y es, precisamente en esa escuela pública, donde la bendita duda me ha impulsado a intentar entender algo más preguntando directamente al alumnado: "Pero... ¿Cuál es la escuela que vosotros queréis?" 
Esta iniciativa apenas está comenzando, pero lo que hasta el momento van expresando los niños, además de curiosidades múltiples, transpira JUEGO por todos los poros. Unas propuestas de juego nada desdeñables y con las que se puede aprender muchísimo partiendo de situaciones funcionales que ellos mismos generan desde su entusiasmo. (Continuará).

Nuestro sistema educativo (entre muchos otros), está pensado para satisfacer las necesidades de la sociedad adulta. La prioridad se centra en lo que el sistema sociopolítico y las competencias de mercado persiguen, no en las disposiciones naturales del niño y sus necesidades. 
Ante este planteamiento, el niño está siendo obligado a dejar de escucharse a sí mismo: sus necesidades, sus impulsos, su curiosidad... Su desarrollo natural en el proceso de crecimiento queda amordazado en aras de la obediencia a las normas que el mundo externo le impone y que, por otro lado, nunca se ven satisfechas porque acaban recurriendo, una y otra vez, al "más de lo mismo" sin lograr sus pretensiones. Entretanto los niños, insensibilizados frente a sí mismos, son diagnosticados de mil "trastornos" de los que se encarga el mercado farmacéutico.

Se trata de sistemas basados en la pérdida absoluta de confianza en el niño. Como si éstos fueran una suerte de impedidos sin posibilidad de decir, opinar o expresar necesidades porque "aún no saben nada", porque son pequeños y "no se enteran". Y es, precisamente, la proyección de esa mirada hacia el niño, la que acaba convirtiéndolo en un impedido porque le está impidiendo ser quien es.

¿QUÉ FUE PRIMERO, LA GALLINA O EL HUEVO?

El sistema educativo viene básicamente marcado por un currículo. ¿Qué fue primero, el curriculo en sí o la observación de las disposiciones naturales del niño ante el aprendizaje? La respuesta parece evidente (cuestión de sentido común), el primero se debió construir sobre el segundo, pero también parece que eso se ha olvidado y, en lugar de confiar en esas disposiciones naturales ante el aprendizaje, se pone todo el empeño, contranatura, en embutir el curriculum a cualquier precio desde fuera. Vamos, en intentar meter el pollito dentro de un huevo huero en lugar de dejarlo emerger desde dentro a su ritmo. Al ritmo de cada pollo, porque no hay dos pollos iguales.


El tan alabado sistema educativo finlandés contempla que, a partir de un curriculo común de rasgos generales, cada escuela y su profesorado se planifiquen como mejor consideren atendiendo a las necesidades de SU alumnado.
El tiempo invertido en la labor de colaboración, coordinación investigación y preparación de las horas lectivas, está contemplado e incluido en la jornada laboral del profesorado.
En España, todo lo que excede a las inflexibles y estresantes exigencias de la administración educativa, depende del voluntarismo de cada maestro/a fuera de su jornada laboral.
Ante estas limitaciones, como afirmaba recientemente en una entrevista César Bona, el maestro no puede sino sentirse como un salmón nadando contra corriente. Aún así, nuestras escuelas están salpicadas de salmones y salmonas. Con frecuencia, demasiado solos.


Estando en éstas, y a pesar del tan teóricamente aceptado pluralismo social, diversidad..., no falta quien busca o incluso ofrece nuevas fórmulas universales que, por otra parte, no son nuevas. Por ejemplo, lo que mi sentido común siempre ha denominado "charlar" con los niños (saludable y edificante costumbre que se viene considerando por muchos "perder un tiempo productivo"), ahora hay quien lo denomina "filosofía para niños", "metodología dialógica"...
Estas propuestas tienen, como muchas otras, aspectos de interés, pero dudo que funcionen como soluciones cerradas aplicables a cualquier contexto.

Otras vertientes insisten en "el niño digital" sobrevalorando las herramientas de las nuevas tecnologías como si no hubiera más mundo que el de las sociedades tecnológicamente informatizadas. ¿No estaba también como muy consensuada y aceptada en educación la sensibilización por la sostenibilidad del planeta y sus habitantes? Entonces preguntémonos: ¿De dónde y a qué precio se extrae el coltán? ¿A dónde va a parar toda nuestra basura electrónica?
Que las nuevas tecnologías están ahí y que ofrecen ventajas (e inconvenientes) antes inéditas en la historia, es un hecho, pero permítanme también dudar que las T.I.C. sean la gran solución a las deficiencias educativas del "primer mundo" (en detrimento de otros).


Antes que hacia las deslumbrantes novedades contemporáneas (o más bien, "además de") habría que mirar también hacia atrás en la historia. Hace muchos años, muchas otras iniciativas educativas surgieron con enormes aciertos que todavía permanecen demasiado silenciados. Son en realidad ellas las que están dando pábulo a múltiples y crecientes iniciativas actuales que huyen de la escuela convencional.
La Institución Libre de Enseñanza se empezó a gestar a finales del siglo XIX con Giner de los Ríos seguido de Bartolomé Cossío y de la Escuela Moderna de Ferrer y Guardia... Hoy sigue siendo el silencioso, y demasiado ignorado, referente de transformación de la escuela en la historia del sistema educativo español.
Pero, fuera de nuestras fronteras, también: Rudolf Steiner y sus escuelas Waldorf; Alexander Neill y su escuela democrática Summerhill; María Montesori y su método pedagógico; Célestin Freinet, su método natural y sus técnicas; Loris Malaguzzi y su propuesta de Reggio Emilia; Arno Stern y su Juego de Pintar seguido de la educación sin escuela de sus hijos...
Los Movimientos de Renovación Pedagógica que tomaron fuerza en diversos países europeos en el siglo XX, se alimentaron en gran medida de todos estos legados y lo siguen haciendo hoy ciertas iniciativas como: bosques-escuela, escuelas libres, educación en casa en sus diversas vertientes, además, naturalmente, de las escuelas Waldorf, Montesori...
Lamentablemente, este tipo de iniciativas no son posibles aquí y ahora más que en ámbitos privados e incluso, en ocasiones, flirteando con la ilegalidad. Otras consiguen desarrollar sus alternativas en el marco de escuelas concertadas, como es el caso de ciertas cooperativas. Pero es en la Escuela Pública, en la de todos, donde más necesario es introducir alternativas al obsoleto sistema vigente. 
No se trata de pretender convertir quiméricamente una escuela pública en cualquiera de los otros modelos mencionados. Tampoco de aplicar una metodología purista como un dogma inamovible. Se trata de conocer esos antecedentes, de observar las experiencias que nos aportan, de extraer de ellos lo que sí se quiere y se puede hacer en el aquí y ahora de cada contexto. Y hacerlo, permitiéndonos existir con el beneficio de la duda, ¿no?  


Otras entradas relacionadas: 
O la entrañable historia de Petit Pierre, que apenas fue a la escuela.


1 comentario:

AmaliAilamA dijo...

¡Interesante reflexión, compañera!
Creo yo... ¿no?