Desde la perspectiva que me proporciona andar por diversas escuelas públicas participando, entre otras colaboraciones, en cursos de formación del profesorado, observo un panorama inquietante.
1. De un lado hay -afortunadamente-, un creciente interés por atender las reformas que el sistema educativo pide a gritos. Se suman las voces que exigen (exigimos) una escuela creativa, provocadora de situaciones funcionales en las que el alumnado sea protagonista de su propio aprendizaje. Una escuela que actúe de forma cooperativa e interdisciplinar, que invite al juego, a la expresión y la experimentación. Una escuela flexible abierta e inclusiva movida por la suma de entusiasmos y curiosidades. Una escuela, en definitiva, que respete las disposiciones espontáneas del niño, sus necesidades y las de su comunidad.
2. De otro lado se impone la normativa institucional: ingentes cantidades de exigencias administrativas a cargo del profesorado; entre muchos otros formalismos y documentos a elaborar, cómo no, las consabidas programaciones cerradas ¡¡¡antes de que comience el curso e incluso en ocasiones sin saber, siquiera, con qué alumnado se va a trabajar!!! Pero en ellas ya hay que predeterminar qué se va a impartir, cómo, cuándo, con qué medios y qué resultados se han de obtener. (¿Creíble?)
A ello se suman horarios "zapping" estresantes con sesiones de 45 minutos (corta y cambia que toca otra cosa. Y ahora otra... Y ahora otra...). Los compartimentos estancos son cada vez más compartimentos y cada vez más estancos. Pero ojo, que amenazan las excelencias, las calidades, las evaluaciones, los informes PISA, las pruebas externas, los esclavizantes cuadernillos y libros de texto sin terminar en los que las familias se han gastado un pastón... Etcétera, etcétera.
Entretanto nos invade una ola de nuevas terminologías puestas en boga que da la impresión de que, sólo por ser mencionadas hasta el abuso más empalagoso, se convierten en hechos. Me refiero a la gloria de los valores, la tolerancia, la educación emocional, la atención a la diversidad, la educación para la paz, el aprendizaje dialógico, el tratamiento trasversal, el carácter integrador del conocimiento...
Ya lo dice el refranero: a veces se puede nadar y guardar la ropa; pero no se puede estar en misa y repicando.
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