Iván Bilibin
VASILISA Y SU MUÑECA
En la tradición popular eslava aparecen diversos cuentos en torno al personaje de Vasilisa, una especie de Cenicienta que se enfrenta con arrojo a la temida bruja Baba Yagá. Ambos personajes, la niña y la bruja, -como es propio de la tradición oral popular-, aparecen en diversas historias y versiones, varias de ellas recogidas por escrito en los “Cuentos populares rusos” de Alexandr Afanásiev.
La historia más nuclear de Vasilisa se suele titular “La muñeca de Vasilisa” o “Vasilisa la Bella”.
Por su enorme riqueza simbólica, me fascinó este cuento cuando se lo escuche contar en directo, hace ya bastantes años, a Tim Bowly y Casilda Regueiro. Lo narraban magistralmente alalimón, alternando la lengua inglesa y la castellana.
Recomendada por Tim y Cas, leí poco después la obra de Clarissa Pinkola Estés “Mujeres que corren con los lobos”, en donde la autora hace su particular interpretación en un minucioso análisis, entre otros, de este cuento y sus numerosas simbologías.
De forma muy resumida, el argumento del cuento es el siguiente:
Vasilisa es hija de un comerciante y su esposa, pero cuando aún es una niña, la madre muere. Y en su lecho de muerte, la mamá le entrega a Vasilisa, a modo de talismán protector, una pequeña muñeca de madera y trapo a la que debe escuchar, cuidar y alimentar llevándola siempre consigo.
Cuando su padre se casa de nuevo, la cruel madrastra y sus dos hijas maltratan a Vasilisa obligándola a ocuparse de todas las tareas.
Un día, en ausencia del padre, las tres malvadas provocan que se apague el fuego del hogar para que Vasilisa vaya a buscarlo, adentrándose en el bosque, y se lo pida a la temible bruja Baba Yagá. La niña, auxiliada siempre por su muñeca, que guarda secretamente con celo en el bolsillo de su delantal, parte decidida a restituir el fuego. Y, tras asumir las enigmáticas y duras pruebas impuestas por la bruja, logra su cometido. Regresa a la casa con una calavera iluminada, facilitada por la bruja, que contiene el fuego y que acaba reduciendo a cenizas a la madrastra y hermanastras.
Resulta bastante evidente que la muñeca de Vasilisa -reforzada por la idea de custodia de su difunta madre-, viene a representar la voz protectora de la propia intuición de la niña, la que le ayuda a tomar decisiones, a armarse de valor y seguir creciendo ante el desconocimiento y la adversidad. Por ello Vasilisa se mantiene siempre alerta en lo que respecta a la atención y cuidado de su muñeca.
Además, recientemente, y sin buscarlo, hallé por sorpresa una información que desconocía sobre un tipo de muñeca denominada Motanka; sin duda, la muñeca de Vasilisa.
Estudios antropológicos consideran que la tradicional muñeca eslava Motanka (algo así como enredada en el aire), es muy probable que ancle sus raíces en la cultura Cucuteni (aparecida en 5400 a.d.C.), que figura entre los primeros asentamientos que hubo en la zona de la actual Ucrania, desde donde se extendió por todo el territorio eslavo.
Las indagaciones realizadas apuntan a que esta cultura mostraba un destacado respeto por las mujeres, dada la gran cantidad de estatuillas y representaciones femeninas halladas. Es muy probable, pues, que las muñecas Motanka se originaran en el seno de la cultura Cucuteni como elementos mágico-protectores que se legaban, de generación en generación, entre mujeres. Una especie de talismán que intercambia energías con su dueña.
Entre sus representaciones sagradas está la idea del renacimiento del alma, es decir, la muñeca sustituye simbólicamente al miembro fallecido de la familia.
En la confección de la muñeca, el enrollamiento de los textiles en espiral por torsión, simboliza el desarrollo y el crecimiento. Otra de sus características es que no tiene rostro (a veces una cruz), lo que le otorga una permanencia al margen del espacio y el tiempo.
Aún en la actualidad, las muñecas Motanka se elaboran con piezas de tela atadas, sin apenas costuras pues, según las viejas creencias, el uso de la aguja u otros objetos punzantes puede hurtar el destino.
La tradición popular ucraniana defiende que estas muñecas protegen a quienes las poseen.
BABA YAGÁ
En mi opinión, Baba Yagá es una de las brujas más completas que he encontrado en el universo de los cuentos.
Esta Abuela Yagá a la que Vasilisa se tiene que enfrentar, encarna tantos elementos que subyacen en el inconsciente colectivo, que es precisamente su complejidad la que la hace tan completa.
En lenguas eslavas, la palabra baba significa, ante todo, abuela, es decir, en principio, un personaje familiar de proximidad, de confianza: la abuelita. Pero tiene múltiples matices más con connotaciones que siempre aluden a entidades femeninas: parteras, curanderas, hechiceras; o con rasgos de carácter más negativo como arpías, espíritus y brujas.
Con la palabra baba y diversas combinaciones de adjetivación, los eslavos designan además figuras mitológicas femeninas, días de celebraciones determinadas, fenómenos atmosféricos, astronómicos y meteorológicos, enfermedades y mucho más. Es decir, una enorme amalgama de todo lo que la vida puede ofrecer con sus apariencias -a veces engañosas-, positivas y/o negativas. ¿Se puede abarcar más sobre lo inesperado, las dicotomías fortuna-adversidad, bondad-maldad, duda-certeza, muerte-renacimiento y demás controversias de la existencia? Todo eso parece encarnar la bruja Baba Yagá.
Por otra parte, no deja de sorprender que en culturas tan dispares como la eslava y la nipona, emerja el cineasta de animación japonés Hayao Miyasaki mostrando un gran interés por la figura de la Baba Yagá. Este personaje, de forma explícita o implícita, aparece en varias de sus creaciones: en el cortometraje “El señor Masa y la Princesa Huevo”, en “El castillo en el cielo” y, muy especialmente, en “El viaje de Chihiro”.
Miyasaki exprime en su obra multitud de simbologías que, en ocasiones, al espectador occidental se nos escapan, pues responden, sobre todo, a la cultura japonesa; no obstante, no dejan de imprimir su huella. Pero esa insistente presencia del personaje eslavo en la obra del cineasta resulta significativa. Desde luego, Miyasaki ha estudiado a fondo los mimbres simbólicos de la Baba; no en vano sus películas impiden al espectador llegar a una verdad única, cómoda, simplista y concluyente, por ejemplo, sobre los buenos y los malos. Y en esto la bruja eslava es referente por excelencia.
Baba Yagá es glotona, tiene un extraordinario apetito y se le otorgan especiales relaciones, además de con cierta antropofagia, con alimentos cotidianos, entre otros, con los huevos, que, según cierta tradición popular, ella empolla en tiempos de sequía. No es, pues, casual el título (y contenido) de la novela de la autora croata Dubravka Ugresic: “Baba Yagá puso un huevo”. O el corto de Miyasaki de la Princesa Huevo.
Digamos que nuestra bruja tiene la capacidad, desde sus más ancestrales orígenes, de viajar a través del tiempo instalándose en múltiples historias sine die.
El huevo es un símbolo universal de fertilidad y renovación de la vida, imagen primitiva del cosmos.
Tradicionalmente, Baba Yagá tiene una apariencia temible, con prominentes dientes de hierro, una nariz larga y puntiaguda, una pierna de hueso y pechos caídos.
En algunas historias tiene una o más hermanas idénticas que también se llaman Baba Yagá, ¿para confundir? Más bien para disuadir de las certezas ante la apariencia. Para mostrar las diversas caras de una misma entidad.
La Baba vuela acuclillada -la barbilla contra las rodillas-, en un mortero volador. En su vuelo se ayuda remando con la maza del mortero y, con su escoba de abedul plateado, va borrando el rastro.
Dubravka Ugresic indica en el libro mencionado que el mortero y la maza, objetos tan cotidianos en la vida rural, reflejan en diversos ritos y costumbres populares el significado simbólico, respectivamente, de útero y pene. Baba Yagá, como ser que todo lo integra, se sirve de ambos órganos para volar y, cuando ella entra volando en escena, se levanta un viento salvaje que arrastra chillidos y lamentos. Apunta Ugresic que se trata de: la variante en el folklore eslavo del Tiresias griego que, gracias a los dioses, cambió de sexo unas cuantas veces (¡y al final decidió que el femenino era el mejor!)
La Baba vive en las profundidades del bosque en una cabaña, una isba con patas de gallina que parece tener vida propia, pues gira a su antojo sobre sí misma emitiendo crujidos. Con una fórmula de encantamiento que el viajero debe saber, la cabaña se planta frente al visitante, encoge sus patas de gallina y abre su puerta ruidosamente permitiendo pasar al huésped.
Esta isba suele aparecer rodeada por una cerca de huesos y calaveras humanas con ardientes ojos que iluminan la oscuridad, manteniendo así alejados a los intrusos.
Cuando un visitante entra en la cabaña, la Baba Yagá le pregunta si viene por su propia voluntad o si solo obedece a quien le ha enviado. Conviene elegir bien la respuesta.
A pesar de las apariencias, esta caprichosa bruja se presenta unas veces como dadivosa auxiliadora, otras como vengadora, como mediadora entre ambas o entre los propios protagonistas del cuento.
Tiene tres fieles criados: el jinete blanco, el rojo y el negro; a los que llama “mi amanecer brillante”, “mi sol rojo” y “mi medianoche oscura”. Otros fieles sirvientes son tres pares de manos que se mueven por el aire y se ofrecen a hacer tareas. A estos les llama “mis amigos del alma” o “amigos de mi pecho”.
Baba Yagá aparece a veces en los cuentos como hilandera tejedora, símbolo del dominio sobre el destino de los humanos (como las Moiras griegas). O le entrega al héroe el ovillo que le conducirá a donde desea llegar (Ariadna). Y no es solo la bruja la que realiza labores textiles con husos, hilos, agujas o bastidores, también son tareas que encomienda, como pruebas a superar, a sus visitantes. El tejido es una metáfora de la vida humana.
La vieja y ambigua bruja Baba Yagá es considerada con frecuencia una mujer sabia cuya esencia es la de la naturaleza salvaje. Una diosa, heredera de diversas deidades femeninas de diferentes orígenes mitológicos, que ha desembocado en los cuentos. Para Vladimir Propp, se trata de una sacerdotisa iniciática.
Ella sabe todo, lo ve todo, pero sólo lo revela a aquellos que, como Vasilisa, están dispuestos a seguir creciendo, a adentrarse en la espesura del bosque, a presentarse -con tanta cautela como respeto-, ante la naturaleza salvaje de la Baba Yagá y a pedirle lo que necesitan asumiendo las condiciones que ella imponga para lograrlo.
Si no, ¡ay, si no…! ¡Se te puede zampar hasta el nombre!