Fotografía de Rubén Vicente (Albarracín 2017) |
Durante décadas me
vengo planteando si el concepto de educación en su más amplio sentido (escolar,
social, familiar), no necesitaría abandonar esa inercia de constante huída
hacia adelante basada en parámetros anacrónicos y ortopédicos.
Una inercia que da
poco pie a la reflexión, análisis y replanteamientos sobre las necesidades de
la infancia hoy y que se autocomplace con frecuencia con la aplicación de
fórmulas superficiales de moda y de apariencia innovadora pero, eso sí, sin
dejar de correr, en ocasiones por varias pistas en paralelo que se contradicen
entre sí.
En su mayoría,
estas aplicaciones suelen dar como resultado los mismos perros con distintos
collares.
En primer lugar
porque, incluso desconociéndolo, presentan de forma superficial, como ingenios recién descubiertos, paradigmas que ya se planteaban hace siglos, aunque nunca se les permitió
arraigar en la Escuela Pública.
En segundo lugar
porque tienden a cambiar el escaparate de la punta del iceberg manteniendo en
la gran masa oculta los mismos mecanismos de homogeneización, competitividad,
falta de creatividad, de escucha, de acción e iniciativas, de pensamiento
crítico…
En definitiva,
durante décadas me vengo planteando si el sistema educativo no necesitaría un
frenazo desde el que dejar de correr sin pausa por pura inercia para poder
repensarlo, cuidarlo y restaurarlo.
Y resulta que el
frenazo nos ha sido impuesto de golpe y porrazo de la forma más insospechada: por
la pandemia provocada por un bicho microscópico.
¿Y cómo hemos
reaccionado? Intentando seguir corriendo contra viento y marea a través de
pantallas. Es decir, ignorando todavía más y sin despeinarnos, el ineludible
componente humano, humanístico, humanizador que exige cualquier educación que
se precie.
No importa que el
mundo se vaya a pique, nosotros, los adultos, a la nuestra: hay que imponer a
niños y jóvenes que nadie pierda clase ni deje de ser evaluado. Así que:
Tareas y más
tareas, rendimiento académico que justifique las exigencias de los currículos
establecidos, examinar, evaluar, presionar en aras de que no se desajuste el
sacrosanto sistema institucionalizado. Estresar al alumnado, a sus familias y
al profesorado. Estrés, siempre estrés. Que no cese la inercia de la eterna
carrera competitiva a contrarreloj.
Como comentaba en
una vieja entrada de este blog, vivimos bajo el “síndrome del basilisco”. (enlace aquí)
Chema Madoz |
Pero no es aisladamente la educación la que plantea interrogantes porque, claro, todo está conectado, nada funciona por compartimentos estancos e inconexos, aspecto al que, por cierto, parece seguir aferrándose el sistema educativo con sus inamovibles “asignaturas” y horarios de “zapping”.
En estos días, ante
la escolarización “tecnologizada”, parece que preocupan también las
desigualdades. Hay escolares que no tienen acceso a Internet, que no disponen
de un ordenador. ¡No importa! Sigamos a ciegas con nuestra huída hacia
adelante: se les proporcionarán tarjetas de acceso a Internet, tablets,
portátiles, lo que haga falta, oiga.
¿Y si nos
preguntamos por el coste (no solo económico) de este uso, abuso y dependencia
de las tecnologías?
¿Cuántas miserias y
vidas se cobra la industria tecnológica en los países pobres? ¿Qué hay de las
minas de coltán? ¿Y de nuestra basura informática?
No olvidemos que la
alarma ante la que nos encontramos afecta a todo el planeta. Así de
interconectado está todo, y no solo para lo que nos interesa.
¿Qué consecuencias
adictivas o deformantes tienen estas dependencias que se nos están imponiendo
con la tecnología: educación, teletrabajo, ocio, información, desinformación,
contactos socio-virtuales…?
¿Hasta qué punto
estamos dispuestos a informatizarnos las vidas regalando nuestra privacidad al
big data; ese ojo panóptico digital y globalizado al que le ofrecemos sin
inmutarnos nuestra intimidad para su libre manejo y provecho en los mercados?
Todo es una
cuestión de ECOLOGÍA que –recuerdo-,
estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio en el que
viven.
Cuando se habla de
ecología tendemos a pensar en el planeta, la flora, la fauna, el clima, el
paisaje… al margen de la ecología humana; otra vez esos compartimentos estancos
que NO existen.
¿Qué tal una
educación que atienda a la ecología de la infancia y la juventud. A sus disposiciones naturales?
¿Nos planteamos de
dónde ha salido este virus que ha paralizado a la población mundial? ¿No será
porque nos creemos desvinculados del medio al que maltratamos y este nos lo ha
recordado poniéndonos en nuestro sitio? ¿O acaso fue un experimento de laboratorio?
¿Seremos los seres
humanos capaces de sacar algo constructivo de este frenazo global que nos ha
acorralado?
¿Aprovecharemos el respiro que se ha cobrado el planeta para lanzarnos a machacarlo y contaminarlo escudándonos en la limosna que le hemos concedido?
¿Acabaremos sacrificando nuestras libertades a cualquier precio con tal de sobrevivir para seguir corriendo? ¿O, como los chavales, estaremos dispuestos a boicotear las ruedas de molino con las que no estamos dispuestos a comulgar?
¿Aprovecharemos el respiro que se ha cobrado el planeta para lanzarnos a machacarlo y contaminarlo escudándonos en la limosna que le hemos concedido?
¿Acabaremos sacrificando nuestras libertades a cualquier precio con tal de sobrevivir para seguir corriendo? ¿O, como los chavales, estaremos dispuestos a boicotear las ruedas de molino con las que no estamos dispuestos a comulgar?
¿Sabremos
replantearnos cuáles son las necesidades de la naturaleza toda, incluida la de
la especie humana que es tan naturaleza como las gambas o las violetas?
¿Nos atreveremos a
parar de correr como basiliscos para osar mirarnos al espejo?
Por el momento, la
mayoría de las reacciones parecen seguir la misma inercia de continuar
corriendo a toda velocidad sobre la superficie del espejo con la cabeza bien
alta.
Sin embargo, no es
posible que algo tan trascendental como lo que nos está ocurriendo pase sin
pena ni gloria como si nunca hubiese ocurrido. Todo acontecimiento –y más de
este calado-, deja huellas. Ahora falta saber cuáles.
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