22/4/20

ME PREGUNTO,… PREGUNTO


Fotografía de Rubén Vicente (Albarracín 2017)


Durante décadas me vengo planteando si el concepto de educación en su más amplio sentido (escolar, social, familiar), no necesitaría abandonar esa inercia de constante huída hacia adelante basada en parámetros anacrónicos y ortopédicos.
Una inercia que da poco pie a la reflexión, análisis y replanteamientos sobre las necesidades de la infancia hoy y que se autocomplace con frecuencia con la aplicación de fórmulas superficiales de moda y de apariencia innovadora pero, eso sí, sin dejar de correr, en ocasiones por varias pistas en paralelo que se contradicen entre sí.
En su mayoría, estas aplicaciones suelen dar como resultado los mismos perros con distintos collares.
En primer lugar porque, incluso desconociéndolo, presentan de forma superficial, como ingenios recién descubiertos, paradigmas que ya se planteaban hace siglos, aunque nunca se les permitió arraigar en la Escuela Pública.
En segundo lugar porque tienden a cambiar el escaparate de la punta del iceberg manteniendo en la gran masa oculta los mismos mecanismos de homogeneización, competitividad, falta de creatividad, de escucha, de acción e iniciativas, de pensamiento crítico…

En definitiva, durante décadas me vengo planteando si el sistema educativo no necesitaría un frenazo desde el que dejar de correr sin pausa por pura inercia para poder repensarlo, cuidarlo y restaurarlo.
Y resulta que el frenazo nos ha sido impuesto de golpe y porrazo de la forma más insospechada: por la pandemia provocada por un bicho microscópico.
¿Y cómo hemos reaccionado? Intentando seguir corriendo contra viento y marea a través de pantallas. Es decir, ignorando todavía más y sin despeinarnos, el ineludible componente humano, humanístico, humanizador que exige cualquier educación que se precie.

No importa que el mundo se vaya a pique, nosotros, los adultos, a la nuestra: hay que imponer a niños y jóvenes que nadie pierda clase ni deje de ser evaluado. Así que:
Tareas y más tareas, rendimiento académico que justifique las exigencias de los currículos establecidos, examinar, evaluar, presionar en aras de que no se desajuste el sacrosanto sistema institucionalizado. Estresar al alumnado, a sus familias y al profesorado. Estrés, siempre estrés. Que no cese la inercia de la eterna carrera competitiva a contrarreloj.
Como comentaba en una vieja entrada de este blog, vivimos bajo el “síndrome del basilisco”. (enlace aquí)

Chema Madoz
Como acto de resistencia al despropósito de esta educación online, escolares y jóvenes estudiantes de diversos países gravemente afectados por el coronavirus (China, España) han aprendido algo nuevo, no a través de los ejercicios y exámenes que se les imponen, sino ingeniándoselas para sabotearlos mediante hackeos que bloquean el sistema o con el uso de aplicaciones que ofrecen las respuestas correctas de forma tan mecánica como la que ha guiado las preguntas. Estas reacciones nos ponen ante el espejo de lo que podría ocurrir en el caso de que ya se ande rumiando una futura educación virtual de esta índole.

Pero no es aisladamente la educación la que plantea interrogantes porque, claro, todo está conectado, nada funciona por compartimentos estancos e inconexos, aspecto al que, por cierto, parece seguir aferrándose el sistema educativo con sus inamovibles “asignaturas” y horarios de “zapping”.
En estos días, ante la escolarización “tecnologizada”, parece que preocupan también las desigualdades. Hay escolares que no tienen acceso a Internet, que no disponen de un ordenador. ¡No importa! Sigamos a ciegas con nuestra huída hacia adelante: se les proporcionarán tarjetas de acceso a Internet, tablets, portátiles, lo que haga falta, oiga.

¿Y si nos preguntamos por el coste (no solo económico) de este uso, abuso y dependencia de las tecnologías?

¿Cuántas miserias y vidas se cobra la industria tecnológica en los países pobres? ¿Qué hay de las minas de coltán? ¿Y de nuestra basura informática?
No olvidemos que la alarma ante la que nos encontramos afecta a todo el planeta. Así de interconectado está todo, y no solo para lo que nos interesa.

¿Qué consecuencias adictivas o deformantes tienen estas dependencias que se nos están imponiendo con la tecnología: educación, teletrabajo, ocio, información, desinformación, contactos socio-virtuales…?

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a informatizarnos las vidas regalando nuestra privacidad al big data; ese ojo panóptico digital y globalizado al que le ofrecemos sin inmutarnos nuestra intimidad para su libre manejo y provecho en los mercados?

Todo es una cuestión de ECOLOGÍA que –recuerdo-, estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio en el que viven.
Cuando se habla de ecología tendemos a pensar en el planeta, la flora, la fauna, el clima, el paisaje… al margen de la ecología humana; otra vez esos compartimentos estancos que NO existen.

¿Qué tal una educación que atienda a la ecología de la infancia y la juventud. A sus disposiciones naturales?

¿Nos planteamos de dónde ha salido este virus que ha paralizado a la población mundial? ¿No será porque nos creemos desvinculados del medio al que maltratamos y este nos lo ha recordado poniéndonos en nuestro sitio? ¿O acaso fue un experimento de laboratorio?

¿Seremos los seres humanos capaces de sacar algo constructivo de este frenazo global que nos ha acorralado?

¿Aprovecharemos el respiro que se ha cobrado el planeta para lanzarnos a machacarlo y contaminarlo escudándonos en la limosna que le hemos concedido?

¿Acabaremos sacrificando nuestras libertades a cualquier precio con tal de sobrevivir para seguir corriendo? ¿O, como los chavales, estaremos dispuestos a boicotear las ruedas de molino con las que no estamos dispuestos a comulgar?

¿Sabremos replantearnos cuáles son las necesidades de la naturaleza toda, incluida la de la especie humana que es tan naturaleza como las gambas o las violetas?

¿Nos atreveremos a parar de correr como basiliscos para osar mirarnos al espejo?

Por el momento, la mayoría de las reacciones parecen seguir la misma inercia de continuar corriendo a toda velocidad sobre la superficie del espejo con la cabeza bien alta.
Sin embargo, no es posible que algo tan trascendental como lo que nos está ocurriendo pase sin pena ni gloria como si nunca hubiese ocurrido. Todo acontecimiento –y más de este calado-, deja huellas. Ahora falta saber cuáles.

No hay comentarios: