3/9/16

SEÑALES DE VIDA. UNA BITÁCORA DE ESCUELA



Antes del verano, Mari Carmen Díez me recomendó este libro de Teresa Punta publicado en Argentina en 2013. Y, para mi deleite, me llegó recientemente un ejemplar de manos de otro amigo que viajó a Buenos Aires. Vaya para ambos mi agradecimiento.

Teresa Punta, con el bagaje de un intenso recorrido profesional, expone en ésta su ópera prima experiencias vividas en la Escuela nº4 de la ciudad de Rawson (provincia de Chubut) mientras ocupó en ella un puesto directivo (2003-2011).

El equipo docente comenzó pronto a percibir que en esa escuela pública -como en tantísimas otras-, las concepciones educativas aprendidas y estipuladas, se volvían estériles cuando se intentaba escuchar, acoger y enseñar creando desde las singularidades de cada niño, familia y situación. De modo que comenzaron a observar la escuela y sus particulares pulsos con otra mirada; una mirada esforzada en desaprender lo aprendido e institucionalizado tan anacrónicamente anclado aún en la Escuela.

Y una manera, a la hora de pensar estas situaciones, es la interrupción de lo que creemos saber sin habernos parado a reflexionar y a pensar desde nuestra propia experiencia lo que todo el mundo sabe, dice y piensa. (...) Interpelar los automatismos del saber es un gesto más de "deshechura" que de armado.

Así pues, se autoinvitaron -como equipo-, a descreer, desaprender y desautomatizar. A habitar "lo que hay" y construir desde ahí.
De este modo Teresa Punta nos narra emocionantes situaciones que emergen en la escuela y que -lejos de desahuciar o etiquetar de fracasados escolares a sus protagonistas-, son miradas, escuchadas, asumidas y contenidas entre toda la comunidad escolar.

Y nos descubre:

A Nebay, una niña de 6 años hija menor de una humilde familia de marisqueros, que trabaja lanzándose al mar (como el resto de sus hermanos) y bucea en apnea seleccionando y recogiendo moluscos. Nebay no tiene muy claro si sabe o no contar y eso le preocupa, pero arma impecablemente decenas y unidades de caracoles escribiendo los números en la arena sin conocer todavía sus nombres. 

Cómo todo un colectivo escolar se adapta a las exigencias de las mareas porque Frida, una niña gitana que vive con su madre en una isla, sólo puede asistir a la escuela cuando hay bajamar, ya que con la marea alta no se puede entrar o salir de la isla. Toda la escuela termina sabiendo y teniendo en cuenta los horarios de las mareas; hasta el punto de informar, en una invitación de cumpleaños, no del horario de la fiesta, sino del de la bajada y subida de la marea. 

Y nos sigue descubriendo Teresa a otros alumnos deambuladores que, por motivos muy diversos, no pueden estar siempre en el aula o los espacios que "les corresponde".
Y expone cómo se enfrenta y apoya toda la comunidad educativa ante el desgarro de la muerte de una alumna. O cómo se crea todo un entramado de ayudas interfamiliares en beneficio de éste o aquel niño...

Mirando desde otra perspectiva...
Y el último de estos capítulos, para mí de los más conmovedores y hermosos, es el de Miguel y su "carozo con instrucciones". 
Miguel es peruano y no habla castellano, su lengua es el aimará; pero acude a esta escuela cuando llega con su familia en la temporada de la cosecha de la cereza. Él es experto en armar germinadores con carozos (huesos) de cereza. 
En silencio, hablando con sus manos y sus ojos, captando la atención de todo el colectivo, lentamente, para que los más chiquitos también lo sigan, les enseña cómo se germina un carozo. Pero hay una alumna que está enferma y se lo está perdiendo, así que los demás deciden hacer para ella "un carozo con instrucciones".
Todo el resto de la historia es una delicia, pero el preámbulo a las instrucciones para el carozo, no tiene desperdicio:

Cuando usted come una cereza y escupe descuidadamente el carozo, no sabe lo que escupe.

Escupe pájaros y sombra, pétalos, leña, escupe una casa en el árbol y un gato que trepa veloz.

Cuando usted escupe un carozo de cereza, escupe una rama que hace sombras de terror en la ventana en una noche de lluvia.

Mejor no lo escupa, haga un árbol.

Si usted hace un germinador y logra que le crezca un árbol, va a tener para siempre alguien a quien cuidar y cada año muchas hojas para juntar en otoño y quemar.

Cuando usted queme las hojas, si quiere, puede aprender a hacer señales de humo que son como aimará: cada uno entiende lo que quiere porque nadie sabe de verdad lo que quiere decir cada cosa, salvo Miguel. Pero no podemos estar muy seguros.

(...)

La autora de Señales de vida nos cuenta situaciones concretas de esta escuela, situaciones que emergen porque están ahí, porque son y, sobre todo, porque se escuchan. 
Pero este cuaderno de bitácora no es una simple relación de "casos anecdóticos". En su narración no exenta de poesía (y con algunos capítulos encabezados por sustanciosos poemas), Teresa Punta transmite algo que va mucho más allá: el ambiente que respira y transpira esa escuela Nº 4 de Chubut. Un ambiente generado entre todos los miembros de la comunidad educativa desde un entramado de vasos "comunicantes", desde un tejido de escucha que se escucha hilo a hilo y sigue tejiendo y tejiéndose.
No se trata de una metodología reglada y prediseñada, no hay unas instrucciones estándar de uso a aplicar en cualquier contexto escolar. Cada comunidad educativa tiene sus particularidades, son ésas las que ha de dejar respirar y escuchar poniendo en tela de juicio todo lo que nos viene dado de forma predeterminada y anacrónica (que no es poco). 

Palabras finales de la autora:

Quizás haya una "escuela babel" posible, una en la que todos los idiomas puedan convivir y ninguno sea el que determine qué aprendimos. (...) 
Quizás, después, midamos entonces si sabemos las ecuaciones y los sujetos y los predicados.
Y ahora -no después-, nos parece que habiéndonos "medido" en pieles de gallina y lágrimas en los ojos primero, vamos a entendernos mejor en lo de los verbos y las cuentas.

No hay comentarios: