17/5/16

DER STRUWWELPETER / PEDRO MELENAS


Der Struwwelpeter
Un libro ilustrado del Doctor Heinrich Hoffmann, publicado en Alemania en 1845.

Por cuestiones que no vienen al caso, "Der Struwwelpwtwer" (así, en alemán), estuvo bastante presente en mi infancia. El año pasado la editorial Impedimenta sacó una cuidada edición en castellano de esta obra, coordinada y prologada por Gustavo Puerta.


En su contraportada podemos leer:

Este impecable manual de buenas maneras es también una de las obras más crueles y políticamente incorrectas jamás escritas. A pesar de ello, o tal vez gracias a ello, este libro se ha convertido en un clásico de la literatura (no sólo infantil) de todas las épocas. Y aunque transgredir las normas suele tener consecuencias nefastas, no las tuvo para el doctor Hoffmann que, con su subversivo Struwwelpeter revolucionó para siempre el mundo de la literatura ilustrada. Ideada como regalo de Navidad, esta historia en verso sobre la desobediencia y sus fatales resultados, publicada con los coloridos dibujos a tinta, se convirtió automáticamente no sólo en el libro favorito de su hijo, sino también en el de los niños alemanes de todos los tiempos.

En el prólogo, escribe Gustavo:

Puede que el secreto de la fascinación y el rechazo que ha despertado Pedro Melenas, por motivos distintos, en niños y adultos, radique en su ambigüedad. Resulta realmente difícil aclamarlo sin tener en cuenta sus sombras o condenarlo sin apreciar sus virtudes.

Y, efectivamente, su AMBIGÜEDAD es lo que lo carga de complejas incertidumbres convirtiéndolo en un clásico.

Mis recuerdos de infancia ante este libro se sustentan, fundamentalmente, de ASOMBRO. Especialmente por lo explícito de sus imágenes. Y quizás también de algún comentario, seguramente procedente de algún adulto, del tipo: "¡¡¡Hala, qué bestia!!!" Hay que aclarar que, a lo largo de su historia, al Struwwelpeter no le han faltado detractores, incluso se llegó a publicar un Anti-Struwwelpeter
Sin embargo aquel asombro, a lo que me conducía no era en absoluto a la angustia por los fatales resultados de las desobediencias, sino a la curiosidad que, atónita, me llevaba a observar con todo detalle, una y otra vez, las ilustraciones: Esa extraña perspectiva de la diminuta carterita escolar en la distancia arrastrada por la corriente del río. La cómica ironía ante el pobre Kaspar adelgazando hasta convertirse en un hilito y que acababa en una tumba coronada por una sopera con la sopa que se había negado a comer...  



Si bien es cierto que cada libro tiene tantas lecturas como lectores, yo no recuerdo que las historias de Hoffmann me resultaran traumáticas, ni siquiera la del sastre que le corta los dedos a Konrad (yo que siempre andaba con los dedos en la boca). Tan insólito y desmesurado era todo, que rozaba el absurdo.


Ahora bien, desde mi experiencia infantil, me parecen destacables un par de detalles que desdramatizan significativamente la obra a golpe de juego:
Esta interjección que, lógicamente, la traducción al español omite y que aparece dos veces en los primeros versos del texto original, en la cultura germana está cargada de significado. El "pfui!" repetido una y otra vez, acompañado del gesto de frotar rítmicamente los dos dedos índices puestos en cruz, es señal de rechazo, burla, desprecio, desaprobación, escarnio e incluso vejación. Y eso es lo que el autor, no sin cierta comicidad lúdica, reclama a sus lectores desde los versos que presentan al caricaturesco melenudo despeinado de largas garras.
Cuando este gesto iba destinado a un niño de verdad, no tenía maldita la gracia, pero como juego ante un personaje de ficción resultaba muy liberador. 

Por otra parte, los niños que manejábamos con frecuencia el libro, incitados por algún adulto, jugábamos al Struwwelpeter acompañándonos de una canción al estilo de nuestro Antón Pirulero. La traducción de la letra vendría a ser:

Yo soy el Struwwelpeter 
y estoy muy contento por ello 
y quien quiera aprender algo de mí, 
no tiene más que hacer así...

En ese momento, al ritmo de un estribillo rítmico, los niños dábamos ora fuertes patadas en el suelo, ora puñetazos sobre la mesa, ora burla moviendo los dedos con las dos manos ante la punta de la nariz (dos palmos de narices)... 
¡Catarsis total! Porque desde el juego, poco importaba que nos encarnáramos en ese atroz personaje haciendo el bruto de forma tan políticamente incorrecta. ¡Nos lo pasábamos bomba!

Pero por qué se titulaba así ese libro era otro de sus misterios. Al fin y al cabo Struwwelpeter -al menos en la edición en alemán que manejábamos-, sólo aparecía en la primera imagen. Lo presentaban unos versos escritos en esa especie de podio sobre el que se erguía el personaje, nada más. Era como un guiño misterioso pues, en las páginas siguientes, eran otros los chicos (y una chica) protagonistas, a él ya no se le volvía a mentar. ¿O es que todos eran él?

Para mi gran sorpresa, muchas décadas más tarde, leyendo el ensayo Caperucita al desnudo de Catherine Orenstein, -y a pesar de que su autora no hace referencia alguna a la obra del doctor Hoffmann-, descubrí una documentación ante la que no pude sino exclamar: ¡EUREKA!


El capítulo se titula "El juicio de STUBBE PEETER, hombre-lobo". 
La autora se centra en un documento que se conserva en Londres traducido del original alemán al inglés en 1590.
En él se relata el ajusticiamiento de un tal Stubbe Peeter original de una población de la alta Alemania cercana a Colonia que, ya desde su infancia, se sintió inclinado al mal y a las prácticas diabólicas. 
Stubbe Peeter se entregó a los reprobables deseos de la magia, nigromancia y brujería e hizo un pacto con el Diablo. Éste le prometió darle cuanto su corazón codiciara para hacer el mal. Con este fin, le entregó un CINTURÓN que, al ponérselo, lo transformaba en un voraz y sangriento lobo asesino de garras poderosas. Al quitarse el cinturón, recobraba su forma anterior.
De esta guisa, la terrible fiera se dedicó durante 25 años a sembrar el terror entre hombres, mujeres y niños cometiendo incestos, asesinatos, practicando el canibalismo y otras atrocidades.
Según el mentado documento, se dictó sentencia en Bedburgo el 28 de octubre de 1589 y, el día de Todos los Santos, se ajustició al acusado torturándolo, descuartizándolo, quemando su tronco en la hoguera y exhibiendo después sus huesos sobre una rueda coronada con la figura de un lobo de madera sobre la que colocaron su cabeza.
Este acontecimiento fue noticia en toda Europa. 
El documento completo no tiene desperdicio. 

Es altamente probable que -conocedor del legendario suceso ocurrido en su país-, el Struwwelpeter de nuestro Doctor Hoffmann naciera inspirado por el diabólico Stubbe Peeter. Además de la coincidencia del nombre, la pelambrera y las garras, sería demasiada casualidad el hecho de que su personaje luzca un vistoso cinturón fuertemente ceñido, y no sólo él, también Paulinchen, la niña que acaba convertida en ceniza por jugar con cerillas; Ludwig, uno de los niños racistas; Konrad el que se chupaba los dedos y Kaspar el que no se tomaba la sopa.

¿Y Eduardo Manostijeras? Corriendo los siglos... ¿se inspiraría Tim Burton en el aspecto físico de Pedro Melenas para revestirlo con un cinturón de bondad e inocencia?




2 comentarios:

littleisdrawing dijo...

Me encanta, como se puede conseguir?

Ana-Luisa Ramírez dijo...

Pedro Melenas está a la venta en librerías. Es muy probable que lo tengan en Bartleby, por ejemplo.