24/5/13

SABEN AQUÉL...


Que la nueva amenaza de la ley de educación española es, cuando menos, muy preocupante (básicamente en la Escuela Pública), me temo que ya pocos lo ponen en duda. Pero hay un grave peligro añadido que corre el riesgo de quedar oculto tras la muy justificada indignación.

Saben aquél que dice que entra en un bar un tipo jorobado, tuerto, manco y renqueando. Pide una copa de coñac, se la toma de una atacada y exclama:
- ¡Joer, qué cuerpo más malo me ha puesto esto!
A lo que el camarero responde: - ¡Oiga, que lo hemos visto entrar, eh, que lo hemos visto entrar!

Pues eso, no vayamos a olvidar entre tanto atropello evangelizador y evaluador que al sistema educativo lo habíamos visto entrar. De lo contrario, la devastación sería aún mayor.

Recapitulemos: antes, mucho antes de la amenaza arrasadora que se nos está anunciando, la educación estaba (y está) evidenciando carencias y pidiendo a gritos muchos cambios. Porque continuamos teniendo una escuela que obedece más a parámetros del siglo XIX que a los del XXI. Una escuela en la que siguen arraigados compartimentos estancos e inconexos de toda índole, que es escasamente cooperativa y menos aún, creativa. Una escuela en la que hay mucho que desaprender para volver a aprender. Y sería todavía más dramático que esta conciencia que ya venía movilizando inquietudes, quedara velada tras el nuevo estallido de indignación.
Alzar la voz contra la nueva ley, desgasta, cabrea, resulta incómodo, indigna…, pero no es difícil (independientemente de que se consiga o no frenar); lo difícil sigue siendo ejercer el sano ejercicio de la duda, repensar la escuela cada día, cada hora, desde dentro y… desde fuera, porque fuera de los muros de las escuelas también hay escuela.
Los nuevos acontecimientos, desde luego, nos están poniendo a muchos muy mal cuerpo, no es para menos, pero no permitamos, además, que cubran con cortina de humo las necesidades de reforma que ya habíamos visto entrar.

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